PARTE XXIII.

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Semanas dormido.

Aegon no dejaba de pensar en cuántos días había dormido. En todo el tiempo que su familia pasó preocupada por él. En Jace.

En sus sueños.

Aunque estaba seguro de que se trataban de sueños. Aegon recordaba las palabras, la vibración de sus voces, el tono angustiado de su madre al hablar con Rhaenyra, su hermana mayor que le había asegurado a su madre que Jace se encargaría de encontrar al responsable y que se tranquilizara.

Pero en sus sueños, ni siquiera en el más dulce de ellos, había escuchado a su madre referirse a él como mi bebé.

Rhaenyra se mantenía apartada de él cuando acompañaba a su madre a visitarlo. Mirándolo desde lejos con los ojos entornados. Alicent se desvivía en sus cuidados, presentándose a primera hora de la mañana golpeando a su puerta con una bandeja de comida, panecillos y frutas. Por la tarde, llegaba con Rhaenyra y un maestre para su revisión, lo tomaba de la mano y besaba su dorso para después, cuando el maestre terminaba con su trabajo, acariciarle la creciente barriga y peinarlo. Por las noches, de nuevo en compañía de Rhaenyra, se aparecía para besarle la mejilla contarle sobre su día y los asuntos en los que ambas mujeres trabajaban, para decirle que Joffrey y Daeron se llevaban muy bien últimamente y Rickon no dejaba de seguir a Helaena. Ahora la colección de bichos de su hermana le pertenecía al pequeño Lord norteño.

Joffrey irrumpió en su habitación en ese momento, seguido por Daeron, que cargaba a Rickon sobre sus hombros.

–¡Tio Egg!

–¡Dioses Joffrey!– llamó su hermano.– Ya te dije que fue un accidente, no metas a mi hermano en esto.

–¡Aegon dile que no lo quiero volver a ver!

Aegon no entendía nada de lo que estaba pasando. Joffrey tenía las mejillas infladas y los ojos llorosos. Daeron tenia una mano marcada en la mejilla izquierda, del tamaño de la de Joffrey. Rickon, por su parte, sonreía en silencio, con los pequeños dedos hundidos en el cabello blanco de su hermano, disfrutando de la vista. Y del caos.

–Daeron, dice Joff que no te quiere volver a ver– le siguió el juego.

–¿Qué?– exclamó. Rickon soltó una risita.–¿Tú también?

–Egg, dile que soy tu favorito y que me elegirás a mí sobre todos los otros omegas, betas o alfas– pidió su sobrino.

–Daeron, Joff es mi favorito y no importa qué haya pasado, lo elegiré a él– Joffrey se giró y le sacó la lengua.

Su hermano gruñó, dio un pisotón y se fue refunfuñando. Rickon no dejaba de reírse con todo el ajetreo que lo hacía brincar sobre los hombros del Targaryen. Solo hasta que la puerta se cerró, Joffrey desató el verdadero llanto, dejándose caer entre los brazos de Aegon, quien hizo un esfuerzo titánico por esquivarlo, para que no cayera sobre su vientre. El niño pensó en eso antes y se hizo un ovillo a un lado de él, abrazando a su tÍo por encima de la barriga, enredando sus piernas con la de Aegon. Parecía más un mono que un niño.

–¿Me dirás lo que sucedió?– preguntó, acariciando los rizos oscuros.– ¿Y porqué mi hermano tiene tu mano marcada en el rostro?

Joffrey sorbió los mocos, limpiándose el rostro en las ropas de Aegon antes de hablar.– Besó a una chica.

Aegon abrió los ojos como platos. De todas las cosas no imaginó que Joffrey se pusiera celoso, no a ese nivel. Por otro lado ¿qué hacía su hermano besando chicas? Daeron estaba creciendo, lo tenía muy claro, pero desde su llegada a Desembarco parecía embelesado con el menor de los Velaryon. De hecho, creía que su hermano sería el más celoso de aquel par, Rickon como uno de sus principales contrincantes. Pero el niño parecía realmente herido por sus acciones y aunque aún era muy pequeño para saber si se trataba de celos de pareja o simplemente, celos por no ser objeto de toda su atención y devoción, no  desecharía sus sentimientos.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora