PARTE XXVIII

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Cuando abrió la puerta donde mantenían oculto a Otto Hightower el hedor húmedo de la habitación sin ventilar golpeó su rostro. La oscuridad cubría casi por completo cada rincón, de la única ventana, cerrada y asegurada con gruesos tablones de madera, se colaba un débil rayo de luz.

Aegon cerró la puerta detrás de sí y encendió una vela.

Su abuelo mantenía los ojos cerrados y su respiración era casi imperceptible. El movimiento de su pecho se congestionaba cuando el aire rebasaba la capacidad de sus pulmones. La herida, aunque cosida con hilo grueso, todavía se veía en carne viva. Tragó saliva.

Hacía dos días que lo había herido y no había ido a verlo desde entonces, pero el tiempo apremiaba y debía tomar la difícil decisión de qué hacer con su abuelo.

Sabía que Otto podría tener aliados en los lugares más bajos y que incluso en ese momento podrían estar buscándolo. Él estaba solo en una ciudad desconocida y su única ayuda eran un grupo de niños liderados por un vástago Targaryen. Además quedaba ese asunto. ¿De quién eran esos niños y por qué su abuelo parecía conocer a Gaemon?

Sin poder seguir soportando el nauseabundo olor salió de la habitación. Era muy temprano como para que hubiera movimiento y la tranquilidad del lugar era interrumpida ocasionalmente por algún ronquido proveniente de la habitación de la dueña de la taberna. Aegon subió las escaleras acariciando su vientre. Su interior estaba demasiado quieto dede que pisó Antigua y la falta de la presencia de su alfa unto a él mermaba la voluntad con la que había ido contra los deseos de Jace de mantenerlo a salvo. Estaba arriesgando mucho por alguien que ni siquiera se había tentado el corazón respecto a la felicidad de su propia sangre.

Cuando entró en la habitación, la mayoría de los niños dormían aún, sólo Gaemon estaba despierto, con los delgados brazos cruzados bajo su cabeza y sus los violetas clavados en el techo mohoso. Cuando Aegon se fuera, esos niños volverían a las calles, sin nadie que se preocupara por ellos.

–Te dije que no morirá– murmuró Gaemon cuando el omega se sentó a sus pies.

–Tenías razón.

Ratón se removió en la cama cuando escuchó su voz, arrastrándose con los ojos cerrados y el pulgar metido en la boca, llegó hasta el regazo de Aegon y se acomodó para seguir durmiendo. Con el corazón encogido, Aegon supo que cualquier decisión que tomara debía incluir a esos niños, no sólo Gaemon y Ratón, sino al resto de huérfanos. Dejarlos a sus suerte de nuevo le resultaba una crueldad.

–¿Gaemon confías en mí?– preguntó, mientras acariciaba la cabeza del niño. Gameon se incorporó de un salto.

–¿En qué estás pensando?

–Quiero que vengan conmigo a Desembarco– explicó. –Pero no puedo transportarlos a todos en mi dragón.

Los ojos de ambos se encontraron. Aegon estaba serio, mirándolo con seguridad, pero también con esperanza. Gaemon fruncía el ceño mientras recorría a cada uno de los niños, sus hermanos, con esos mismos ojos violetas. Había esperanza para todos ellos si confiaba en la propuesta de Aegon. Un hogar, seguridad, alimento y, sobretodo, ni él ni Ratón tendrían que esconder su apariencia nunca más.

–Confiaré en ti– contestó.

–Necesitaré que permanezcan aquí y mantengas vivo a mi abuelo.

–¿Mantenerlo vivo?

–Es importante. He estado lejos de mi alfa por mucho tiempo, mi bebé necesita a su padre.

–Si te hizo daño ¿no es mejor dejar que se muera?– preguntó el niño con cierta inocencia. Aegon sopesó la posibilidad pero si lo dejaba morir de esa forma, todo habría sido en vano.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora