PARTE XXXII

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Estaba seguro de que nadie respondería sus preguntas aún si hacía las correctas.

Pero su naturaleza curiosa incitó a buscar en las habitaciones a la única persona que no vería en él un cachorro entrometido. A fin de cuentas era el favorito de su padre y éste nunca le negaba nada.

Laenor Velaryon era un hombre alegre casi siempre, y las únicas veces en las que no lo había visto con una sonrisa en su rostro era porque algo verdaderamente grave había pasado. Como cuando Luke se perdió tras su visita a Bastión de tormentas y su padre pensó que nunca vería a su hijo de nuevo. Pero esta vez, su padre tenía una expresión aún más melancólica. Lo encontró mirando al mar, donde sabía que le gustaba estar más que en cualquier parte y como si añorara la sensación del agua salada contra su piel.

Joffrey era el más observador de los tres chicos Velaryon, al ser el menor había aprendido a ver todo antes de actuar descubriendo que en ocasiones, la sensatez de Jacaerys podría servirle más que la impulsividad de Luke, no así cuando debía ser valiente. Sin embargo, ante esa expresión no sabía qué hacer.

Quería preguntarle a su padre porqué todos tenían esa cara, porqué no le dejaban ver a Aegon y porqué Jacaerys había mandado escoltas a las habitaciones de la abuela Alicent.

Pero se contuvo y salió de la habitación de su padre, dispuesto a olvidarse de los problemas de los adultos y dedicarse a ser un niño. Un niño que comenzó a fastidiarse de ser ignorado por todos todo el tiempo. Un niño que empezó a idear una travesura hacia el único que parecía tolerarlo.

Así que se encaminó a la habitación de Daeron. Era tarde y las sombras en los pasillos del castillo se cernían sobre él, muchas de las antorchas aun estaban apagadas y nadie caminaba por ningún lado, era como si estuviese en un castillo fantasmal. En algún momento, sus pies se movieron con mayor velocidad al punto de empezar a correr, temeroso de que algún espíritu ancestral pudiera encontrarlo vagando por el castillo y decidiera unirlo a las filas de Targaryen muertos.

Cuando encontró la puerta de Daeron no pensó siquiera en tocar y anunciarse, sencillamente empujó al puerta y cerró detrás de él. Daeron no estaba por ningún lado, lo que hizo olvidar su miedo para dar paso a una nueva sensación de fastidio. Últimamente Daeron no estaba donde se suponía debía estar y Joffrey se inquietaba con pensamientos extraños sobre Daeron besando chicas o chicos, o sapos o cualquier cosa que le llamara más la atención que pasar tiempo con su adorado sobrino.

En realidad, no quería aceptarlo, pero esperaba que después de aquella charla, Daeron se mostrará ñas afectivo con él, sin embargo había evitado compartir lecciones con él y con Rickon, enfocándose en su entrenamiento como caballero, dejando a los pequeños al cuidado de los sirvientes y únicamente compartiendo tiempo en las comidas, donde tampoco habla mucho y en cuanto terminaba, acariciaba los cabellos de Rickon y plantaba un beso en su cabeza para después irse en silencio.

No lo soportaba. De todos, Daeron era el único amigo que le quedaba, no es que no considerara a Rickon como un amigo pero era más pequeño y no entendía lo que sucedía en la capital.

De todos modos, estar a solas en su cuarto le daría algo conque distraerse mientras esperaba, pensó que quizá no le importaría que pasara la noche con él si le explicaba su no tan irracional miedo a algún espíritu flotando por ahí además, la exploración minuciosa también se le daba bien.

Descubrió que Daeron ya no tenía juguetes guardados en los baúles como Rickon o Joffrey, sino que había versiones más pequeñas de escudos, espadas de maderas que eran más de práctica que las suyas de juguete, había cuerdas y trampas para conejos, libros de Antigua donde había pasado toda su vida y ropa.

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⏰ Última actualización: Jun 15 ⏰

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