PARTE VI.

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Jacaerys Velaryon podía ser tan persistente como la marea, corroyendo la dureza de la roca, reduciéndola en granos arena. Así se sentía Aegon cuando estaba con él. Decidido a cortejarlo día y noche, el príncipe llamaba a su puerta a primera hora de la mañana.

Paseaban por los jardines mientras Aegon terminaba de despertar. Sus extremidades entumecidas a cada paso parecían relajarse con la presencia del alfa, sin la necesidad de las feromonas. Aunque mantenía su distancia y el contacto físico a mínimo, las pocas personas con las que se encontraban sonreían y se retiraban rápidamente, pero Aegon siempre miraba hacia atrás, imaginando lo que dirían de él, de Jace, de su compromiso.

La gente tenía muchas cosas que decir incluso si pretendían no ser escuchados, provocándole dolor de cabeza y estómago. Jace había descubierto lo que hacía una mañana en la que dos mozas se escabulleron entre risas y Aegon detuvo su andar con la mirada triste clavada en las muchachas. El alfa regresó por él, enlazó sus manos y continuó su camino.

–Algún día dejará de importarte lo que otros piensen. Solo debe importante lo que tú pienses de ti mismo– dijo, apretando su mano sin despegar la vista del horizonte.– Y lo que yo pienso de ti. ¿Quieres saber lo que pienso de ti?

–Tengo la impresión de que lo dirás aún si no quiero escucharlo– murmuró.

–Pienso que eres un chico lindo.– confesó con una sonrisa que contagió a Aegon.

–¿Un chico?– inquirió. La brisa le revolvió el cabello. El invierno se acercaba.– Soy tu tío. Y un príncipe.

–¿Ves lo afortunado que soy? Tres en uno.– Lo miró a los ojos mientras lo decía, convicción llenándole el pecho con orgullo, pudo sentir el pulso acelerándose en la unión de sus manos.

No dijo nada más. El bullicio del castillo había quedado atrás y tenían momentos a solas, en los que las palabras sobraban y se podía deshacer de sus pensamientos. Una parte de él sabía que era impropio que estuviesen en pleno cortejo sin compañía, podía malinterpretarse, podía caer ante el alfa que se jactaba de su fortuna. Otra parte se alegraba de que así fuera, podía ser auténtico con Jace, observarse mutuamente sin el prejuicio de ser un alfa y un omega. Quería ser solo ese chico que Jacaerys Velaryon quería conocer y quería conocer a Jace, como el chico noble que era. Sin títulos ni deberes.

Solo disfrutando la compañía del otro. Recorrer el castillo como lo habían hecho cuando no eran más que niños en busca de nuevas aventuras. Jace no le prohibía el vino mientras comían e incluso mostró interés en la recién descubierta habilidad de su tío en identificar el origen de las bebidas. Dulces del Rejo, especiados de Dorne, algo más fuertes de Aguasdulces, el sabor se hacía más fuerte conforme provenían del norte, aunque en el Norte, donde los Stark vivían, preferían más la cerveza. A Aegon le agradó descubrir que Jace prefería los vinos dulzones tanto como él.

Aegon había recuperado el peso y el color de un joven sano conforme las semanas pasaban, lo descubrió una tarde al volver de una larga caminata por Desembarco de Rey. Jace había insistido en salir a conocer al pueblo que alguna vez gobernaría, fueron acompañados de tres pares de guardias y nada más. Alicent no estaba muy contenta por ello armando gran alboroto en el consejo que Rhaenyra presidía. Nada pudo hacer ante la negativa de la princesa, sus consejeros y su propio padre. Ser Otto Hightower prometió a la reina mandar a su caballero jurado, Criston Cole encabezando la guardia.

No se fiaba del todo de las decisiones de su abuelo, incluso si estaba bajo vigilancia de Rhaenyra y su guardia personal, Harwin Strong. El recorrido pasó sin incidentes, Jace era bueno con las personas, se detuvo en un par de puestos de comida y compró alimentos para los pobres, niños que corrían descalzos entre los callejones, ancianos que no tenían apenas vida en sus ojos. Dio un par de monedas a una mujer cuyo bebé no dejaba de llorar y acarició la cabeza del infante con una mirada cargada de ternura. No pudo evitar desviar la mirada y siguieron caminando, con Jace tomándolo de la mano como era su costumbre.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora