PARTE XIX.

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El décimo noveno día del nombre del príncipe Aegon Targaryen sería en una semana y su matrimonio con el Príncipe de Rocadragón, en tres días.

Era de todo cuanto se hablaba en Desembarco del rey.

El pueblo llano llevaba mejor la cuenta del acontecimiento, pues durante años todos se preguntaban si sería posible que el omega contrajera matrimonio. La noticia por el festejo fue gratamente recibida y en todas las calles de Desembarco los blasones negros con el dragón dorado adornaban las fachadas de edificios y casas.

Aegon podía observar desde su balcón aquellos blasones.

–¿Te gusta, tío Egg?– preguntó Joffrey con la boca llena de fruta picada.

–Sí, gracias.

–En realidad fue idea de Rickon– el aludido alzó la cabeza al tiempo que le daba un mordisco a su trozo de tarta. Aegon le limpió boca.– Cuando vio a Sunfyre dijo que se parecía a ti.

–¿Tengo cara de dragón?– los tres soltaron una carcajada. Ambos niños habían hecho de los aposentos que Aegon aun conservaba, como su cuarto de juegos y por lo general permanecían ahí todo el día.

Joffrey era reacio a dejar a Rickon solo y el menor no tenía problemas en seguirle a todas partes. Rickon se había adaptado bastante bien a la vida en la Fortaleza y con poco empeño logró ganarse el corazón de toda la familia. Ahora todos eran sus tíos o tías, le consentían con dulces, juguetes y a pesar de que Rickon aun buscaba a su padre por las noches también tomó la confianza de buscar a Joffrey o Helaena para que le contaran un cuento o le cantaran.

Incluso Daeron cayó bajo los encantos sutiles del pequeño norteño, aunque tenía más interés en Joffrey. Aegon pudo notarlo cuando entró en la habitación y los descubrió riendo, con las mejillas de los niños llenas de comida y rojas por el esfuerzo. Su hermano revolvió el cabello de Rickon y tomó asiento en la silla vacía, junto a Joffrey.

–¿Qué es tan gracioso?

–Tío Egg tiene cara de dragón, como Sunfyre– respondió Joffrey con la mirada clavada en su tío Daeron. Los ojos marrones del niño brillaban cuando Daeron estaba cerca y casi se olvidaba de todo cuanto lo rodeaba.

–Así que tú fuiste el responsable del cambio en el emblema de mi familia– Daeron apuntó a Rickon, el niño se encogió en su asiento, intimidado.

–Daeron no seas grosero.

Aunque Rickon hacía de todo para agradarle, Aegon pudo darse cuenta de que, en presencia de Joffrey, Daeron se mostraba cortante con el menor, como si compitieran por la atención del príncipe Velaryon y en su ausencia, Daeron era más receptivo al acercamiento. Daeron le sacó la lengua a su hermano mayor y se sirvió bocadillos.

–¿Nervioso?– le preguntó su hermano.

–Mentiría si dijera que no, aunque tampoco sería cierto si dijera que sí.

–Al menos debes estar feliz. Jace hace todo por complacerte– Daeron miró por la ventana, hacia los blasones.– Incluso está dispuesto a cambiar el emblema de la familia por tí.

–No es para tanto, es sólo por la boda– Aegon se encogió de hombros, abochornado por la observación de su hermano.

–No digo que esté mal, Egg. Si todos hiciéramos cosas por las personas a las que amamos nuestra familia sería más grande. Yo no habría sido echado.

–No fuiste echado, Dae.

–¿Entonces porqué madre me alejó de ella? Si Viserys no hubiese muerto yo no estaría aquí– Daeron miró a su hermano con gesto dolido y de reojo señaló a Joffrey y a Rickon.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora