El sol consigue llegar a cada rincón, brillando más fuerte que nunca y sofocándolo todo a su alrededor. Una típica mañana de verano en la frontera.
El coche negro avanza con prisa por la desolada carretera. En el interior, un hombre rubio se masajea las sienes, arrepintiéndose ahora de lo consumido la noche anterior cuando el sol lo ciega y el dolor no le deja nisiquiera pensar con claridad.
Sin embargo hoy comenzará la búsqueda en el país vecino, a pesar de que ya lo hizo hace unos años. Como si algo pudiese hacerla aparecer ahí por arte de magia.
Aprieta el acelerador hasta que el antiguo coche hace un ruido extraño, un golpeteo constante y grave que termina por dejar al vehículo parado en medio de la nada.
- ¡Mierda!- Gruñe Edén golpeando con rabia el volante, fijándose entonces en la manilla del indicador de la gasolina abajo del todo.- ¡Joder!
Resignado se baja del coche, dando un portazo tras él. Como si ya estuviese acostumbrado a los problemas de su triste vida, con los brazos en jarras, mira a su alrededor, la eterna carretera que se extiende hacia ambos lados que parece completamente desierta.
Recuerda la gasolinera que pasó poco más de quince kilómetros atrás. "Si tan solo hubiese recargado entonces." Se lamenta. Sin embargo ahora le quedan cerca de hora y media andando para conseguir un bidón.
Con un suspiro se transforma de nuevo en aquel enorme lobo de ojos claros y pelaje castaño y desarreglado. El animal, sin prisa pero sin pausa, comienza a trotar por la cuneta del eterno camino que le espera bajo el agotador sol.
No muy lejos de allí, una joven, de pelo castaño y ojos grandes se refleja en el cristal del escaparate de aquella vieja gasolinera en mitad de la nada.
Otro año. Otra mudanza. Y con esta ya son tantas que ha perdido la cuenta... O el interés por saber cuantas son.
Abigail suspira contra el cristal mirando hacia el exterior donde, en el aparcamiento de la gasolinera, su padre le hace señas para que se apresure y regrese cuanto antes.
Por lo menos esta vez ha conseguido convencerle para que le deje comprar algo para el camino. Durante unos segundos se queda ahí, parada frente al estante repleto de patatas fritas y chetos. Como si esa fuese la decisión más importante de su vida. Aunque en cierto modo lo es, porque es la única que puede tomar.
Desde que tiene memoria siempre ha vivido estos eternos viajes de un lado al otro del país, por el mundo entero. Nunca ha vivido más de cinco meses en un mismo lugar, lo que supone que no tiene escuela, ni vida social, amigos ni novio. Nada.
Toda su vida se resume en esa pequeña maleta con sus pocas pertenencias y en su padre... aunque de eso no le gusta hablar.
Tras reflexionar sobre si elegir Takis o Pringles, coge sin cuidado una bolsa de Takis y arrastra los pies hacia la caja, donde una mujer mastica chicle de forma exagerada sin mucho interés en su trabajo.
Sin embargo, no llega a poner los billetes sobre el mostrador cuando una mano lo arrastra de mala gana. Los Takis caen al suelo y Abi se gira rápidamente hacia él, su padre, que la empuja hacia la salida haciendo más presión de la necesaria en sus muñecas.
- ¡Vámonos! Rápido.- Le incita él sin darle otra opción que apresurar sus pasos.
- ¿¡Por qué!?- Trata de entender.- ¡Mis Takis!
Sin embargo no hay nada que le haga cambiar de opinión. Cuando se quiere dar cuenta ya es la copiloto en aquella vieja camioneta y el coche no tarda en arrancar.
- ¡Te has tardado demasiado!- Le regaña el hombre de la barba, sintiéndose un poco más seguro ahora que están de nuevo en la carretera.- ¡Te dije que te apresurases!
Abigail baja la cabeza sin querer meterse en una pelea mientras su padre se rasca el pelo con nerviosismo y mira por el retrovisor tatalmente paranoico.
Pero lo ha sentido. La presencia de aquél lobo que tanto ha evitado. La razón por la que viajan de lado a lado desesperado por mantenerlo alejado de su hija. De lo único que le queda... después de lo que sucedió con su mujer.
No piensa perderla. No va a dejar que aquel Beta se la lleve.
El lobo coje velocidad. Rápido. Demasiado rápido. A pesar de lo cansado que está por la larga caminata, no piensa detenerse cuando, a escasos metros de la gasolinera, lo siente.
¿Ha perdido ya definitivamente la cabeza?
Tal vez. A lo mejor no se ha recuperado de la borrachera del otro día, pero puede sentirla. Por primera vez en casi veinte malditos años, siente de nuevo ese aroma dulce y suave.
No tarda en transformarse en la puerta de esa gasolinera de nuevo en su forma humana, totalmente enloquecido por el debil aroma que, hace demasiado tiempo, reconoció como el suyo.
Sin embargo, cuando abre la puerta con violencia, no hay nada ahí.
Los pasillos vacíos. Tan solo la dependienta recogiendo una bolsa de aperitivos del suelo, frente al mostrador.
Se fué.
Después de haber estado tan cerca, después de tanto tiempo deseando verla, la ha perdido. De nuevo se le ha escapado entre los dedos.
Sus ojos brillan con la desesperación y la ira de su lobo, que lo guía hacia la fría encimera dispuesto a interrogar a la trabajadora hasta que le de sus malditas respuestas.
- ¿¡Donde está!?
La aburrida mujer del chicle cambia su expresión a una un poco asustada. Lo mira de arriba a abajo como si de verdad estuviese frente a un loco recién salido de un manicomnio. Uno en medio del bosque debe añadir, por su ropa gastada y manchada del bosque y su espeso y largo cabello desarreglado.
- ¿Quién?- Consigue preguntar dejando la bolsa de Takis en la mesa y ocultandose, de alguna forma, tras la seguridad de la ventanilla.
- ¡Mi mate!
Es al ver el rostro totalmente asustado de ella cuando decide respirar profundo y hablar con más calma.
Siempre fue aquel hombre que, socialmente, trataba de apoyar y agradar a todo el mundo. Tantos años en el bosque lo han cambiado. Es como si ya no supiese como tratar con la parte humana de la gente. Sólo centrado en el dolor de la falta de su mate.
- Debe ser una chica castaña, de diecinueve años...- Trata de explicarse, aunque realmente no sabe como será más allá de lo que imagina habiendo visto a sus padres.
- ¿De ojos soñadores y estatura baja?
Edén no tarda en asentir con prisa, sabiendo que debe ser ella. Su cachorra. Sabiendo que cada segundo que pasa ella está más lejos, en alguna parte.
- Venía a comprar las patatas pero solo estuvo unos minutos cuando, he de decir que de muy mala manera, un hombre la arrastro de vuelta a una camioneta Hyundai vieja. Se fueron por la U-20 en esa dirección.
Pero cuando va a señalar el hombre ya ha salido pitando de la tienda. Desapareciendo como un fantasma que nunca estuvo ahí.
A lo mejor la loca era ella. Nunca debió aceptar trabajar en esta gasolinera de dementes.
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Mi Cachorra
WerewolfUna promesa. Una promesa que llegó demasiado lejos. Encontrarla. A su mate, a su otra mitad. Aquella por la que tanto estuvo esperado. A esa cachorra que se escapó entre sus dedos la noche que se convertiría en la peor noche de su vida. En esa pesad...