Los ojos le pesan. Es como si estuviese atrapada en un angustioso sueño. Uno en el que todo es oscuro y frío. ¿Así es la muerte? Un eterno vacío infinito en el que flotar sin cuerpo. Podría ser... Pero no está segura.
De repente ese frío que cala sus huesos comienza a desaparecer. Comienza a ser consciente de su cuerpo a la vez que se va templando. Como cuando se enciende la estufa un día helado de invierno.
Y entonces parece despertar, abriendo los ojos de golpe.
Primero sorpresa. Impresión y duda.
¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está su padre? ¿Por que no está muerta?
Tratando de tranquilizarse y encontrar respuestas mira a su alrededor. La gran cama en el centro de aquella habitación con pieles como manta, el fuego en la vieja chimenea de piedra. Esa que seguramente la ha despertado de su frío sueño.
Trata de incorporarse para ver más allá, y es entonces cuando cae en la cuenta de las vendas que adornan sus brazos y heridas. La pomada en sus rasguños por la huida de ayer le recuerdan que fue real y, sobre todo, que algo pasó y alguien le curó.
Por fin se incorpora justo cuando la puerta de madera se abre, con un agudo chirrido.
Ese olor. Ese extraño olor a hogar, a menta y algodón fresco le pega de nuevo cuando aparece. El mismo que sintió en aquella cabaña. El mismo, ahora se da cuenta, que impregna levemente las sabanas de aquella cama.
El corazón de Edén aporrea con fuerza su pecho con la sensación de que va a desmallarse en cualquier momento. O a saltale encima a aquella mujer que tanto ha buscado y que llegó a él cuando menos lo esperaba. La que ahora reposa en su cama y le mira con duda y asombro.
Hace más de seis mil novecientas noches que sueña con ella. Con su cachorra. Con como sería. Y se alegra de decir que la realidad a superado cualquier espectativa.
Sus ojos son marrones, grandes y brillantes, su piel morena y sus cejas gruesas y exóticas. Es una niña, de piel suave y rostro inocente. Pero a la vez es una mujer, de cuerpo curvilineo y belleza extasiante.
Y su aroma... Ese maldito aroma que tanto a perseguido, le invade como queriendo calar en su alma. Invitandolo a mezclarlo con el suyo propio y mostrar a todos el hermoso regalo de la Diosa Luna, que es solo suyo.
Abigail no entiende la reacción de su cuerpo a aquel hombre, al que no puede dejar de observar. Sus ojos claros y pupilas dilatadas parecen casi animales, su pelo rubio cae hasta sus hombros peinado solo por un medio recogido de moño. Su piel es morena, maltratada por el sol. Es grande, quizá el hombre más grande y musculoso con el que se ha encontrado en su corta vida.
Algo en él le dice que está a salvo, a pesar de que su postura le dice que corra. Que podría herirla con solo soplar en su dirección. Si lo hizo su padre, ¿que no haría alguien tan fuerte?
- ¿Quien... quien eres?- Tartamudea atemorizada cuando el hombre da dos zancadas en su dirección, sin respetar su espacio.- ¿Qué hago aquí?¿Que quieres?
Edén, que tenía la mirada gacha en sus heridas, sube la vista hasta sus ojos como con fastidio y Abigail calla de inmediato, asustada de haber preguntado de más. De haberlo molestado.
Pero no es eso lo que lo tiene con el ceño fruncido, si no la concentración por intentar retener la furia que ruge en su interior al ver las heridas de su mate, de las que no le pudo proteger. La impotencia de haberla fallado todos estos años.
Sentandose a su lado en la cama le pide que extienda el brazo y ella comprende y obedece enseguida. Sus manos retiran con cuidado las vendas, tan suavemente que erizan la piel de Abi que no puede quitar la mirada de él.
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Mi Cachorra
WerewolfUna promesa. Una promesa que llegó demasiado lejos. Encontrarla. A su mate, a su otra mitad. Aquella por la que tanto estuvo esperado. A esa cachorra que se escapó entre sus dedos la noche que se convertiría en la peor noche de su vida. En esa pesad...