LXXX.

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La escena mostraba lo que parecía la habitación de un niño. Sin embargo, apenas se mantenía de pie presentando signos de indigencia por todos lados.

El colchón, con los resortes destrozados por el tiempo, agujeros, manchas por la humedad. La cama ni siquiera tenía somier siendo el simple colchón tirado en el frío suelo.

Un balde contra una de las esquinas lanzaba un olor desagradable para el olfato revelando que era un baño improvisado.

No había nada más.

Ni un estante, ni un escritorio, ni un mísero juguete.

¡Plaf!

Una figura adulta golpeó la cabeza del niño arrodillado sosteniéndose sus rodillas con miedo.

- No me hagas perder el tiempo- el olor a alcohol que salía del hombre detonaba en el estado en el que estaba-. Dame todo lo que juntaste-

El niño, con manos temblorosas, las extendió mostrando el dinero en sus palmas.

- ¿Esto solo?- interrogó el hombre tomando el efectivo entre sus manos-. ¿Esto es todo lo que pudiste mendigar en un día?-

El temblor en el cuerpo del niño aumentó sabiendo el temperamento de su padre.

¡Plaf!

Un violento cachetazo envío la cabeza del niño contra el suelo dejandolo atontado.

- ¡Doce horas en la calle! ¡¿Y esto es todo lo que conseguiste?!-

El niño se cubrió con sus pequeños brazos la cabeza ante la ráfaga de manotazos que le daba su padre.

- ¡Fracasado! ¡No sabes ni leer, ni escribir! ¡Tampoco tienes un maldito quirk! ¡¿Para que demonios te tuve, bueno para nada?!-

La ráfaga de golpes cesó.

Los pequeños sollozos del niño eran lo único que se podía oír.

- Espero que la prostituta de tu madre haya dado con buenos clientes hoy-

Solo necesitaba un pequeño golpe de suerte. Si su esposa quedaba embarazada de un hombre rico podría chantajearlo y finalmente salir de aquella mugre.

- ¡Deja de llorar!-

El hombre amenazó levantando por los cabellos rubios, opacos por la suciedad, al niño.

- ¡No soporto tus lloriqueos!- exclamo sin éxito alguno en detener la acción del pequeño-. ¡Deja de llorar, maldita sea!-

El padre del niño pareció no soportar más aquel sonido penetrando sus tímpanos.

De un movimiento, el hombre lanzó al pequeño contra la pared agravando aún más el llanto.

- ¿Por qué estás triste, eh?- preguntó llevando su mano hacia atrás de su cintura-. ¿Por qué estás triste? Dime...-

El hombre comenzó a sacar un pequeño cuchillo, arma que seguramente utilizaba para sus asaltos o robos a mano armada.

El niño retrocedió aún más dejando que su espalda chocará contra la fría pared, señal que marcaba el final de la huida.

El pequeño solo cerró sus párpados fuertemente mientras que rezaba por una persona que lo salvara. Por un héroe...

- ¿Por qué tan triste, hijo?-

El hombre se acercó a pasos lentos ante el niño acorralado.

- ¿Por qué tan triste, hijo?-

Rey Mono.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora