30. Culpa

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En las últimas semanas WonWoo se había distanciado. Un poco, poquito nada más.

Tal vez era con la excusa de no molestar a JeongHan, quien dejó la pasantía y comenzó a centrarse en los finales; su cabeza estaba única y exclusivamente en los trabajos, en esa tesis que le pincha los nervios. O quizás en su nuevo trabajo en el periódico, redactando crónicas y un par de artículos para la sección de Arte y Cultura; después de todo la estrella y el talento tan codiciado por fin se ha dignado a firmar un contrato tras años de ser buscado. A lo mejor eran ambos; la falta de tiempo, el estrés.

Pero era raro no recibir noticias del azabache hace ya una semana y media, siendo que venía recibiendo dos mensajes a lo mucho cada tres días, y WonWoo es alguien que siempre tiene algo para contar.

Silencioso. Demasiado silencioso para su gusto. JeongHan conoce a su pareja, y el espacio nunca viene de más. Ahora, en lugar de tranquilidad, siente como el estómago se le revuelve. Se mantuvo de ese modo un tiempo más antes de llamar, esperando esa particular risita y los ruidosos maullidos de su gata que pasa a saludar. Sin embargo, para su sorpresa la llamada fue enviada directo al buzón.

¿Cuándo debería JeongHan preocuparse? ¿Cuándo es el momento indicado, y el no indicado? Hace años sucedió lo mismo, ese recuerdo se encuentra patente en su memoria; WonWoo le dijo que de vez en cuando necesita tiempo a solas, sin razones ocultas ni dañinas para él. ¿Cuánto tiempo debe esperar a una respuesta? ¿Es lo correcto siquiera? No quería que su minino se enoje, no lo perdonaría.

Ese jueves a la noche, luego de salir de comprar víveres pensó que es una buena idea visitar al de lentes. Su vino favorito, una picada. Mañana se dedicaría a él antes de intentar seguir con la tesis. Es un buen plan, de hecho. Sí, es un buen plan.

Escaleras caracol, figuras que se distinguen entre las plantas y pinturas; las últimas dos hechas por el sobrino de la dueña y su prometido, los tiene presente aún. También tiene presente el «54» escrito con una prolija caligrafía, el pomo de cobre y su respectiva cerradura; la llave con el mismo número, que forma parte de su llavero, y el muñequito de un gatito que cuelga del mismo.

Al entrar pensó que el delicioso aroma a té y galletitas inundaría sus sentidos, los sollozos de Pepa y tarareos del dueño. Para su sorpresa no hubo nada de eso, todo lo contrario. El frío de la noche se instaló en todo el departamento pues las ventanas yacían abiertas de par en par, aunque ni el olor a lluvia disipó los restos del tabaco. Se adentró con el ceño fruncido, cerrando la puerta detrás suyo y prendiendo las luces; el orden no existe, y Pepa hizo lo contrario que acostumbra a hacer.

Pasitos cortos, apurados, son los que da el animal. Llanto, ronroneo, gritos y caricias violentas. ¿Qué diablos está pasando aquí?

—¿En dónde está tu dueño, Pepa?

¡Meow! ¡Meooow! Prrrrr-meow!

¿Esta durmiendo? ¿O no está?

¡Meeeeoooow!

JeongHan solo puede maldecir en sus adentros, observando con desdén el desorden que se asoma en cada paso que da por el pasillo. La cocina, pulcra y sin atisbos de ser usada, de no ser por la bolsa del alimento carísimo del animal esparcida en el suelo. El baño, también pulcro. El estudio… Bueno, esa habitación siempre fue un chiquero de tanto papel que hay, pero pudo divisar que alguien estuvo merodeando por allí; todo patas arriba. Con miedo se acercó al cuarto del azabache e ignoró los insistentes chillidos del animal, era claro que WonWoo no la quería dentro pues por algo la dejó afuera.

Tocó tres veces y en esas tres veces no recibió respuesta. No se alarmó al verlo dormir tranquilo, tampoco lo hizo con el frasquito de Melatonina vacío.

Como pudo se hizo espacio en la cama del hombre, recostando la cabeza sobre su estómago y simplemente esperando a que Pepa regrese para limpiar el desorden o el menor despierte.

Debió haber exagerado un poco.

Un poquito.

—Hey, hola —escuchó apenas, la voz afónica seguidas de caricias en su cabeza.

—Hola. Traje vino y una picada —informó JeongHan, sin atreverse a interrogar todavía al azabache.

Las caricias no se detuvieron, no hizo ningún amague de levantarse o siquiera responder. Se mantuvo así.

—Renuncié. No era para mí.

—¿Te sientes bien con ello?

—No. Realmente querías que trabaje ahí, y yo… Perdón.

—No era para ti —repitió JeongHan, y WonWoo asintió.

—No es para mí.

JeongHan, con cuidado, se levantó hacia WonWoo y besó con gentileza su frente.

—¿Quieres mudarte?

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