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Eddie no mostró señales de vida el resto del lunes. Por más que el cerebro de Steve estuviera consumiéndose, necesitaba recordar que la inexistencia de su llamada no debía significar algo malo. Seguramente había conseguido asilo en otro lado y eso era todo. No había razón para perder la cordura, pero sentía que poco a poco ocurría.

Se mantuvo ocupado en otras estúpidas actividades para no pensar. Que estuviera donde fuera, mientras no fuera en las calles.

Por Dios, hablaba de Eddie Munson. Ese chico sabía cuidarse por sí solo.

[...]

Cuando el martes llegó, Steve arribó al trabajo como si de un robot se tratase. Bueno, había beneficios en ello, por ejemplo: ahora le sería posible ver a Eddie en el extremo opuesto del pasillo y asegurarse de que estuviera con vida.

No recibir ni una llamada de su parte (como prometió) lo puso mal. Estaba preocupándose enfermamente, pero es que le gustaba mucho, anhelaba su bienestar y que nada fuera un factor adicional de su separación... Si Eddie sabía que podía quedarse con él el tiempo indispensable, ¿Por qué iría a buscar un sitio distinto? Ya estaba seguro con él, no había necesidad de investigar afuera.

—Llegué —la voz de la castaña lo sacó de su mente. Ni siquiera la observó entrar, tenía los ojos clavados en Orange Julius con esperanzas de coincidir con el de cabellos largos (el cuál por cierto todavía no llegaba).

Al examinarla, la culpa aumentó: la chica todavía andaba por ahí sin conocer lo sucedido entre Eddie y él. Sentía que ya debía decírselo, pero a su vez no sabía cómo reaccionaría, o si su amistad se vería afectada, o que porque ella se enterándose, él tuviera que dejar a Munson. Había bastante en juego, no se encontraba en situación para apostarlo.

Pero como se sabe, para Robin, el que su amigo estuviera perdido en su cabeza era lo común, entonces no se preocupó cuando lo halló mirando como loco la tienda de enfrente. Al menos ya veía para allá, cuando el viernes la ignoraba. 

Robin lo imitó para descubrir si había algo más bajo su rango visual, pero no. Ninguna novedad, seguía siendo esa tienda naranja...

—...¿Pasa algo con Eddie? —la chica se acomodó el cabello y empujó la puerta del mostrador para plantarse a lado del castaño. Steve se encogió de hombros, propuesto a sonar despreocupado—. No me digas. ¿Ya se reconciliaron y volvieron a hablar como personas normales? —bromeó, innecesariamente.

—No... —mintió. La chica buscó su gorrito de marinero, el cuál estaba en las alacenas inferiores. Tomó el propio y de paso el de Steve. Le frunció el ceño ante su "No" tan seco e inseguro, aún así hizo el esfuerzo de sonreír—. Te dije que estábamos bien.

—Claro —rodó los ojos. Le tendió el gorrito y él lo tomó. Steve todavía odiaba usarlo, Robin seguía sacándolo por él—. Estás obsesionado con el tipo.

—Hablamos el fin de semana —ignoró en su totalidad—. Me mencionó que se peleó con su tío, creo —dijo burdamente, como si no hubiera pensado únicamente en eso por las últimas cuarenta y ocho horas. Ya no quería mentirle, por algún lado debía empezar—. Quería confirmar si estaba bien...

Robin añadió otra mueca, combinada entre sorpresa e incredulidad. Ya no sabía qué esperar. Rió, restándole importancia.

—Okay... Es una pena, pero probablemente esté bien. Sería genial que regresara a acompañarnos a la hora de salir. Me cae bien —se encogió de hombros y su reacción provocó la caída de los ojos de Steve. Ella sin percatarse de eso (ni de nada más), se metió al cuarto de atrás para buscar lo fundamental para ese día. Le era increíble como Steve siempre llegaba primero y no tenía sentido común como para sacar los conos y los vasos de los helados, sólo se quedaba como idiota viendo por la puerta, viendo moscas—...No tienes idea de lo que pasó ayer en la clase de cálculo —comentó, manteniéndose dentro del cuarto de servicio, cambiando el tema por completo.

Sc-OOPS Ahoy! [Steddie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora