Harry (3): Marbella

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Me llevé días pensando en aquel primer beso con Lara, la noche de su flamante victoria en Wimbledon. Me hubiera encantado pasar la noche con ella, sí, pero entendía las circunstancias. De hecho, me pareció justo pagar el peaje de no intimar en aquella ocasión, a cambio de ir a visitarla a su propia casa solo unos días más tarde.

Mis amigos estuvieron muy insistentes después, pero no quise darles muchos detalles. Sí reconocí que nuestro encuentro se produjo.

-Te odio, tío. Eres un puto cortejador.

Había decidido poner rumbo a Marbella el miércoles por la mañana, aceptando su invitación. Serían solo unos días y, aun así, casi no me contenía las ganas de volver a verla. Me imaginaba con ella y acudían a mi mente recuerdos de aquel primer contacto: sus labios dulces, su pelo sedoso, su olor, nuestros cuerpos unidos emitiendo calor y sus ojos de gata mirándome con deseo. Se me subía la libido pensando en Lara Martín, fuera cual fuera el contexto.

Me tenía enganchado. Me había aficionado a buscar vídeos suyos en YouTube, tanto de sus mejores momentos en la pista como de, más interesante aún, sus ruedas de prensa. Lara tenía que someterse a las preguntas de los periodistas con más frecuencia de la que yo lo hacía, prácticamente después de cada partido, cuando las mías se ceñían solo a las etapas de promoción. Vi un vídeo de 20 minutos de sus respuestas más hilarantes, la mayoría dadas en español, aunque la persona que había subido el vídeo lo había subtitulado al inglés.

Me hicieron reír todos los extractos que vi. En uno de ellos, Lara llegaba a la sala de prensa con mala cara. Alguien quiso gastarle una broma, probablemente fruto de la confianza que se veía que había desarrollado con algunas personas que la seguían siempre de cerca.

-Tanto que has tardado y ahora te presentas con esos pelos -dijo un periodista, bromeando.

Ella le echó una mirada de arriba a abajo, molesta, y sentándose ante la mesa respondió:

-Pues por lo menos yo tengo pelos.

La sala entera prorrumpió en una sonora carcajada mientras Lara se levantaba rápidamente para disculparse con el periodista, entre risas, al que dio un abrazo. Resultó que el tipo era calvo. En aquellos recopilatorios ella me parecía irónica, algo mordaz y, en cierto punto, histriónica. Muy natural y espontánea, en definitiva, y eso me gustaba.

Sus fans también habían recopilado otras intervenciones en las que se demostraba sensata y madura, dando unas respuestas muy convincentes. También vi aquellos vídeos, y alguno titulado "Las preguntas más vergonzosas a Lara Martín" que me llamó la atención por la solvencia con la que ella respondía.

Por fin, el miércoles puse rumbo al aeropuerto de Stansted para que un avión privado me llevara a Málaga. Barajé un vuelo comercial, pero quería evitar las miradas indiscretas y, peor aún, las fotos que siempre acababan en perfiles de redes sociales dedicados al cotilleo. Mis fans se preguntarían qué intenciones me llevaban a Andalucía, al sur de España, adonde me dirigía por primera vez. Y ya había comprobado que eran capaces de averiguar cualquier dato sobre mí si se obcecaban.

Bajé del avión en el aeropuerto de Málaga menos de tres horas después del despegue. A pie de pista, junto a los técnicos del aeropuerto, me esperaba un hombre vestido con pantalón negro y camisa blanca. Se dirigió a mí:

-Míster HaRRy Cross, soy su chófer, Antonio. Acompáñeme, por favor.

Lara ya me había hablado de él. "Es un amor, y muy profesional. Te traerá hasta mi casa, pero apenas habla inglés".

Insistió en llevar mi maleta y lo seguí durante unos 10 minutos, hasta que llegamos al coche para ponernos en camino enseguida. Ya me habían advertido, pero en lo primero en lo que pude reparar fue en que hacía un calor de órdago. Estábamos en pleno mes de julio y el termómetro del coche rozaba los 40ºC. Me dirigí al conductor:

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora