Sofi (3): Solo me gustas en la intimidad

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No esperaba que sucediera algo trascendente en mi vida amorosa aquel verano, pero Bea amaneció en mi casa al día siguiente de conocernos. También al otro, y varias mañanas más durante la semana. La noche que la conocí, cuando salí con las chicas a Tantra, había sido desagradable con ella. Y, en cuestión de horas, me vi haciendo malabares para compaginar las clases con los estudios, el trabajo y ella, con quien siempre quería pasar los ratos libres.

Bea era cálida como las tardes de mayo, cariñosa y risueña. Pocas cosas le hacían perder su sonrisa, y me aportaba el sosiego y la ternura infinita que solo dan los seres de luz. Con su candidez, contrastaba mi mordacidad y esos brotes de mal humor que yo solía achacar al estrés. O a mi mala leche, por qué no decirlo, de la que sinceramente no me avergonzaba por entonces. O no siempre.

Bea me proporcionaba equilibrio, y aquellos días lo necesitaba. Se pilló por mí enseguida. Siempre tuve la sensación de que estaba más dispuesta a entregarse que yo, y eso despertaba mis recelos. Ella me gustaba, pero no quería considerarla mi novia.

Una de aquellas tantas mañanas de las que amaneció en mi piso, estaba sobre ella y acariciando sus voluminosos pechos desnudos.

—Sabes que me encantan tus tetas, ¿verdad? le dije.

—¿Sí? ¿Y qué más te gusta de mí? preguntó ella.

—Tus muslos. Son como el jamón. Y tu trasero.

A medida que repasaba mis partes favoritas de su cuerpo, la acariciaba y pellizcaba suavemente para que se convenciera.

—¿Y qué más? volvió a preguntar.

—Tu cuello. Concentra tu olor y es suave contesté, llenando la zona con besos y mordisquitos.

—¿Y de mi personalidad? quiso saber Bea.

—Que eres buena y cariñosa le dije.

Me tumbé a su lado y le pasé una mano por la cintura. Ella me miró y me dijo:

—¿Yo te gusto, Sofi?

—Claro, tonta. Si no, no estaría contigo, ¿no?

—¿Estás conmigo? ¿Estamos juntas?

—Bueno, me refiero a ahora mismo me apresuré a matizar.

Bea asintió brevemente y se enfrascó en sus propios pensamientos, mirando a la nada.

—Oye, solo llevamos un par de semanas quedando. Dame tiempo, ¿vale? le pedí.

—Vale.

Lo cierto era que la versión que más me gustaba de Bea era la íntima, la que por aquel entonces solo me mostraba a mí. Fuera de ese espacio personal que eran mi habitación o la suya, solía marcar las distancias con ella. Ya llevábamos tres semanas quedando cuando se la presenté a Lola y a Sole, a lo que accedí solo por la insistencia de esta última.

—Es que no me puedo creer que lleves tres semanas quedando con una tía, a la que ya casi podríamos considerar tu novia, y no me la hayas presentado.

—No es mi novia, Sole. Qué pesada estás, hija. Pero bueno, el sábado la invito al palco. Aunque a ella el fútbol ni le va ni le viene. Pero como una amiga, ¿eh? No quiero cachondeítos ni miradas, y menos delante de los tíos y el abuelo.

El palco en el Sánchez-Pizjuán era uno de los pocos privilegios que aceptaba de mi prima Lara y su familia, que lo alquilaban temporada tras temporada. Me encantaba el fútbol, y ver a mi equipo desde tan buena posición, con todas las comodidades y en familia era algo que no podía rechazar. Sole y Lola tampoco, pues además ellas sí participaban en los negocios de Sevilla de Lara y se sentía con pleno derecho de uso.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora