Sofi (5): Ángeles

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La segunda mitad del año fue incluso más estresante que la primera, pese a que en aquella se me acumularon los exámenes. El blog cada vez me daba más trabajo. Las visitas habían experimentado un crecimiento exponencial desde el principio, y aquellos días superé las 500 diarias. Supe que era buen momento para explorar nuevas vías de monetización y profesionalizar la web. Ya no quería que fuese un blog asociado a una única firma, la mía, sino toda una revista cultural.

Me aterraba la idea de bajar el listón, pero sabía que era muy probable que eso sucediera si no repartía tarea. No podía llegar a todo, y si exponía demasiado mi salud mental, iba a tener que cerrar. Supe de inmediato a qué persona quería embarcar en el proyecto: mi amigo Fredi, excompañero de la universidad. Aunque él era oriundo de la Sierra Norte, continuaba afincado en Sevilla para hacer su máster en Guion. Sabía que mi proyecto le gustaba, que le vendría bien algo de dinero y, sobre todo, que teníamos una relación excelente.

—Fredi, tienes que ayudarme. Quiero decir, si te apetece, pero necesito tu ayuda. El blog se me está yendo de las manos —le dije una tarde que me acerqué a la Facultad de Comunicación para tomar café con él.

—Dime, ¿qué tenías pensado?

—Necesito otro redactor. Uno como mínimo. Yo sé que estás ocupado con el máster, pero bueno, nos vamos repartiendo la tarea.

—A mí me encantaría echarte una mano.

—Bueno, en realidad, estaba pensando en algo más que echarme una mano.

Fredi me miró expectante, así que continué.

—Lo que me gustaría es que te implicaras en las decisiones sobre línea editorial, agenda y contenidos tanto como yo, y también en la parte financiera. Ya sabes, ingresos y gastos.

—Tsss... No sé, Sofi, yo te puedo ayudar, pero ya tanto...

—A ver, escúchame. Los ingresos fluctúan. Desde que estoy ganando dinero, el mes que más he sacado han sido 600 euros, y el que menos unos 250. Pero estoy sola. Si redoblamos esfuerzos y profesionalizamos la página, sé que podrían ser más.

—Ya, ya.

—Mira, querría hacer algunas inversiones, por ejemplo, tener una web profesional que me monte una empresa especializada. Eso lo veo urgente, y ya he pedido varios presupuestos. Mi hermano me puede echar un cable. En los próximos meses, una cantidad será para inversiones. El resto, nos los repartimos a medias.

La sorpresa se hizo con el gesto de Fredi.

—¿A medias? —preguntó.

—Sí —contesté.

Fredi frunció el ceño.

—¿Pero estás segura?

—Completamente. De otro modo, no puedo hacerlo.

—¿Pero lo que me estás proponiendo no es... ser socios?

—Sí. Aunque yo mandaré un poquito más que tú.

Fredi rio. Mi amigo era una persona peculiar, diría que diferente a lo que acostumbraba a tratar. Se salía de lo estándar. Era muy inteligente, culto, con una memoria privilegiada y bastante capacidad para los números. De repente te hacía una cuenta de cabeza para la que el resto hubiéramos usado la calculadora del móvil, o te sorprendía con alguna palabra académica que parecía estar desfasada desde hacía siglos. Tenía el carácter más noble que había conocido en mi vida. Generalmente era amable y generoso muy por encima de la media, no le costaba nada dar. Si necesitabas unos apuntes, una explicación de conceptos, un ratito de desconexión o un hombro para llorar, podías contar con Fredi. Siempre estaba de buen humor y, cuando se enfadaba, pasaba del 0 al 100 en un segundo. Pero con la misma facilidad recorría el camino inverso, de manera que no importaba lo enfadado que lo pudieras ver: la siguiente vez que lo miraras, estaría sosegado de nuevo y sin ningún rencor en su interior.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora