Lola (4): ¿Qué miran esas chicas?

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Sabía que pasaría, y nadie podía decir que no la hubiera avisado. No sé cuántas veces advertí a Sole, pero ella nunca consideró que estuviera expuesta a más peligros que yo o cualquier otra persona.

Fue Javi quien me dijo que a mi hermana le había pasado algo. Una mañana, trabajando en las oficinas del hotel, mi primo le hizo un comentario jocoso que a ella le hizo reaccionar mal primero, y ponerse a llorar después. Sole no era así. Normalmente encajaba los comentarios con humor y los devolvía con gracia y ocurrencia. Hacía años que no la veía llorar, probablemente desde niñas, y lo que me contó Javi me alarmó. Se lo conté a Sofi.

—Sí, yo también llevo unos días viéndola rara. Ahora nunca quiere salir, según me dice esta gente y yo misma he comprobado. Y, cuando le digo de ir a su casa, me pone excusas como el gimnasio, trabajo que tiene que adelantar y no sé —me dijo mi prima.

—¿Trabajo que adelantar? ¿Sole, que cumple con su horario estrictamente sin echar horas de más ni de menos? ¿Y que no quiere salir? Definitivamente, le pasa algo. ¿Cómo acabasteis el sábado?

—Del Luzal nos fuimos a la Alameda. Ella se iba a ir en coche con el amigo este con el que estuvo hablando, el tal Óscar. Pero no llegó al bar. Me llamó una hora o una hora y media después, no sé decirte. Que estaba en casa ya. Me llamó desde el fijo, de hecho.

—¿Desde el fijo? ¿No te escribió a Whatsapp ni nada?

—No. Ahora que lo dices es raro. Aunque en aquel momento no le di importancia. Javi la llamó un rato antes y le colgó, así que supusimos que estaba ocupada, ya sabes cómo es.

—Ya...

Sole estaba actuando de manera extraña desde el sábado, y ahora sabía por mi prima que había terminado la noche con un tipo. Estaba claro que no había ido bien.

—¿Por qué no vamos a su casa esta noche? Nos presentamos sin avisar y punto, que no pueda buscar excusas —propuse a Sofi.

—Vale. Nos vemos allí a las 21 h.

Mi prima y yo llegamos al mismo tiempo y, como nos temíamos, no pillamos a Sole con su habitual buen humor. Casi ni nos abre la puerta del portal. Mi hermana nos preguntó a través del portero automático que qué queríamos y, cuando le dijimos nuestra intención de estar un rato con ella, preguntó que para qué.

—¿Pues para qué va a ser, hija? Para verte. ¡Abre, coño!

Sole solía ceder ante esas demandas tan contundentes de Sofi, porque lo contrario solía terminar en discusión fuerte entre las dos. Abrió y subimos.

Encontré a mi hermana peor de lo que esperaba. Esta demasiado seria, diría que sombría. Se veía que hacía unos cuantos días que no se lavaba el pelo y los cacharros de cocina se amontonaban en el fregadero. Justo cuando llegamos, pese a ser solo las 21 h, estaba cenando uno de esos vasos precocinados de noodles. Sole no era una gran cocinera, pero sí cuidaba mucho su alimentación. Por lo tanto, desde que llegué no había hecho más que ver banderas rojas. Le pregunté sin preámbulos.

—¿Cómo estás?

Me miró con suspicacia, examinando la situación, como queriendo saber si yo tenía alguna información que ella se estaba empeñando en ocultar.

—Pues... Bien. Bien, bien. Como siempre.

—Como siempre no, perdona —intervino Sofi. —No te he visto para nada esta semana, ¿dónde te metes? ¿Desde cuándo dices tú que no a salir una noche de verano?

—He estado ocupada —contestó Sole, hundiendo el tenedor en el vaso de noodles.

—¿En qué? —insistió Sofi.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora