Los primeros meses con Arturo estuve, como decimos en el sur, "enchochá". De una forma crónica y que sentía irrevocable. Ya me habían advertido sobre ello, entre otras personas, mi prima Lara. Alguna vez que le sugerí que se alejara de la aburrida monogamia, y alternara con la ristra de tíos que la rondaban, ella me dijo:
—Aprovecha tú, Solito, porque el día que te entre uno por derecho, te van a faltar horas en el día para estar con él.
Y tenía razón.
Arturo y yo nos recluimos en mi apartamento la misma noche del mismo día en el que nos confesamos lo que sentíamos. Cuando nos escapamos de las miradas indiscretas de la Alameda para buscar un espacio íntimo, nuestro, en el que amarnos sin reservas. Y así lo hubiéramos hecho durante días enteros.
Resultó que el sexo sin amor era placentero, sin más. Era un mero proveedor de orgasmos en medio de experiencias puramente físicas, algo procedimental. Pero con Arturo descubrí que las relaciones íntimas entre dos personas enamoradas alcanzan otra categoría. Porque en ellas hay mucho más que un par de cuerpos sobre el colchón, compartiendo calor y caricias. Hay emociones que solo la otra persona te hace sentir, como al revés, y que fluyen en miradas intensas, en besos llenos de ternura y en palabras que casi siempre se quedan cortas. Porque no reflejan lo mucho que, en realidad, se siente y se quiere decir.
Ni siquiera los nombres propios parecen suficientes para canalizar esas sensaciones. A mí cualquiera me llamaba "Sole" y para el mundo él era "Arturo". Demasiado ordinario para todo lo que compartíamos nosotros, lo que pronto nos forzó a usar apelativos cariñosos, de esos que a los ajenos les resultan siempre demasiado pastelosos. Él era "mi vida", luego acortado y dejado en "mivi". Yo era su "gorda" con todos los derivados, como "gordi" y "gordita", y con el posesivo de rigor: "Mi gordita".
Son apelativos que salen en cualquier diálogo, incluso en momentos de tensión, incluso cuando no estáis solos. Algunas de esas conversaciones las olvidas, pero no se va de la memoria el primer "Te quiero". Porque es el siguiente nivel. Porque antes podían volarte mariposas dentro, pero cuando te comprometes con alguien en serio, cuando le declaras lo especial que es y te abres en canal para él, es con ese "Te quiero". Supone un paso de fase. A mí Arturo me lo dijo en algún ratito postcoital de los que hasta entonces siempre había rehuido, con nuestros cuerpos entrelazados sobre la cama, de costado y con el alma abierta.
—¿Tú me quieres un poquito? —le pregunté, mientras él me besaba la frente.
—Diría que te quiero un "muchito" —contestó.
Sonreí y me apreté aún más contra él, como si quisiera que nos fusionáramos para siempre.
—Yo también te quiero un "muchito" —dije.
Él suspiró, como deseoso de que la pasión desbordada le diera algo de tregua.
—Dios, Sole. Me tienes loco, te lo juro.
Antes de Arturo yo no sabía que el bombeo continuo de la bioquímica del amor te sume en un estado casi etéreo, de flotación permanente. Cualquier intento de concentración se convierte en un desafío, porque a tu mente solo quieren venir vivencias de lo que te ha hecho, de lo que te ha dicho, de lo que estará haciendo o de cuándo podrás volver a verlo. Me costó horrores sacar mi trabajo adelante aquellas primeras semanas, y solo breves lapsos de sensatez nos daban para hablar sobre llevar ciertas cosas despacio. Por eso entre semana él dormía en Sevilla Este, por eso nos obligábamos a salir con nuestros amigos de siempre y decidimos no involucrar a nuestros padres.
Arturo aún vivía con su familia, pero estaba intentando ahorrar para independizarse, aunque fuera en un piso compartido. Porque su madre llevaba la impronta de las madres del sur, posesivas y controladoras, y con su padrastro nunca terminó de conectar. Por su medio hermana Elisa, su hermanita, sentía una devoción que era recíproca, de manera que la niña le dejaba poco espacio. También quiso esperar para involucrarla en nuestra relación, aunque fuera con simples planes con el hermano mayor y una amiga. Porque la niña aún le andaba preguntando por una chica con la que salió durante poco más de un año, con la que había cortado hacía ya dos y a la que Eli solo había visto tres veces.
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Las rosas de Abril
RomanceLara Martín sabe que su atractivo y su éxito en el tenis mundial siempre han despertado deseo. Ahora sospecha que ha acaparado el interés de una de las estrellas de Hollywood del momento, Harry Cross, aunque no desea hacerse ilusiones con él. Mientr...