Lola (9): Un nuevo comienzo

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El amor nos lleva a hacer locuras. Lara hizo más de 50 horas de avión a Nueva Zelanda, entre ida y vuelta, solo para estar unas 50 con su chico y sin saber cómo le iba a afectar el jet lag. Me lo contó todo cuando vino a Sevilla para pasar las Navidades.

—Lo noté algo distante. No como él acostumbra, ¿sabes? Que siempre es atento y cariñoso —dijo.

—Puede que estuviera cansado o agobiado. Está lejos, el rodaje implica mucho físico, muchas horas de espera, y a lo mejor le preocupaba no poder atenderte bien —supuse.

—No, no era eso. En circunstancias más duras nos hemos visto. No sé, esas cosas se notan. Tú notas cuándo alguien está por ti y cuándo no.

—No creo que Harry haya dejado de estar por ti, Lara.

—Ya, pero esa intensidad de antes, el brillo en los ojos... Llámame cursi, pero ya te digo que esas cosas se notan. Y no las noté en mi viaje. Hasta el punto de que, la última noche, me metí en el baño llorando mientras él dormía porque sentía que lo nuestro estaba roto.

—Vaya, lo siento —dije, intentando trasladar empatía. —Pero te mandó un mensaje después, ¿no?

—Sí, lo vi cuando llegué a Madrid. Eso es lo que me hace tener esperanzas, pero no sé... Yo no quiero perderlo, pero siento que no puedo hacer más. Le puedo pedir que me espere y decirle que lo quiero y que quiero estar con él, porque es verdad. Pero, en hechos, no puedo hacer más. De momento, no.

—Ya... Estás entre la espada y la pared. Pero bueno, confiemos en que él tomará una buena decisión y te esperará. Yo sé que te quiere y que es feliz contigo, Lara. Lo he visto.

—Esperemos.

Las locuras que hacemos para demostrarle a alguien nuestro amor, por irracionales que parezcan, están justificadas cuando se trata de avivar la llama o impedir que se apague. Pero en ningún momento interpreté como deseo de impedir que el fuego se extinguiera lo que me hizo David: volver al que era nuestro piso y negarse a abandonarlo. Tengo que retroceder unos meses para contar bien este nefasto episodio de mi vida.

A finales de julio, después de mi estancia en Londres, volví a Sevilla en un estado que ni yo esperaba tener. Aquel viaje fue un punto de inflexión, un "reseteo". De un modo muy sutil, pero muy pedagógico, Lara y Harry me mostraron lo que era una relación sana cuando los visité, aunque unos meses después estuvieran en horas bajas. Porque en la suya había complicidad, respeto, admiración mutua, apoyo, buena comunicación y mucho cariño. Leo también tenía una preciosa relación con su novio, Alberto, de la que me habló largo y tendido. Marisa y Andrew se lo tomaban con más tranquilidad, pues los dos estaban involucrados en sus propios proyectos profesionales y separados físicamente la mayor parte del tiempo. Aunque ella no me lo dijo, sospecho que la suya era una relación abierta.

Resultó muy inspirador verlos a todos enfocados en trabajos que les apasionaban, y constatar cómo habían estrechado vínculos personales que les llenaban de energía en el día a día. Lara disfrutaba en la pista, mientras que Marisa y Leo hacían lo propio respaldándola fuera de esta. En ese contexto, no cabían las relaciones de pareja que desgastaran o que ensombrecieran sus personalidades y su bienestar, y eso ellos lo tenían claro. Me dio la sensación de que todos tenían líneas rojas muy definidas, que tenían claro qué le pedían a una pareja y no pensaban conformarse con menos. Antes de eso, apostaría a que todos hubieran preferido quedarse solteros. Ninguno de ellos parecía sucumbir a las prisas del reloj biológico, tan pertinaz, y eso también fue un aprendizaje valioso.

Así que volví decidida a comenzar mi nueva vida, porque era verdad lo que todos me decían: que tenía elementos suficientes como para vivirla de un modo pleno y ser feliz. Tenía un trabajo que me encantaba, del que aprendía cada día. Me instaba a asumir nuevos retos constantemente y me ponía en contacto directo con gente interesante de todas las partes del mundo. Tenía una familia dispuesta a apoyarme y buenas amigas que se preocupaban por mí. Y, en cuanto a intereses personales, hacía tiempo que quería involucrarme en tareas de voluntariado y vi aquel reinicio como una oportunidad para comenzar. Mi intención era ponerme en contacto con algún centro que trabajara con niños o adolescentes, lo que se alineaba con mis ganas de asumir la tarea de educar. Lo de ser madre, por el momento, tendría que esperar.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora