Lola (7): ¿Luna de miel?

6 1 0
                                    

Mi relación con David conoció una época dorada después de la reconciliación. No recordaba haber estado tan bien desde los primeros meses, luego terminé de convencerme de que a los dos se nos podía atribuir el haber descuidado la relación. Los dos habíamos estado muy acomodados en nuestras respectivas rutinas y confiábamos en que lo nuestro fuera bien por inercia. Por la fuerza de los años y el cariño que nos teníamos, nada más. Pero la crisis nos demostró que el amor es algo que hay que trabajar y construir día a día, y por entonces ambos parecíamos dispuestos a hacerlo.

Con idea de que sirviera a modo de transición entre el antes y el después, mi novio y yo nos escapamos un fin de semana a Granada. Hacía tiempo que no viajábamos juntos, y yo tenía muchas ganas de volver a la Alhambra. David no era muy dado a visitar monumentos ni dar largos paseos. Él prefería viajar con más gente, limitarse al breve recorrido obligado por el casco antiguo y luego sentarse en cualquier bar a comer y beber. Él lo llamaba turismo gastronómico. A mí no me gustaba pasar las horas y las horas en cualquier antro, por mucho que fueran vacaciones y hubiera que descansar, así que, en aquella ocasión, logramos encontrar un equilibrio por el que yo constaté que él se estaba esforzando.

Observé su cambio de actitud incluso en materia sexual. En una de aquellas noches, mi novio me estaba besando con una suavidad y una ternura que no recordaba. Me acariciaba la espalda mientras lo hacía y me susurró algún "Te quiero" de cuando en cuando. En algún momento, descendió por mi torso para colocarse ante mi vulva y lamerla con más entusiasmo del que acostumbraba. Pero, como siempre, tras unos minutos yo le pedí que me penetrara ya. Lo hizo, en la clásica posición del misionero, que era la que más nos gustaba a los dos.

Una vez alcanzó el orgasmo, se tumbó a mi lado y me preguntó:

—¿Por qué siempre me pides que pare cuando me bajo al pilón?

—Ehh... Bueno, no sé, porque veo que ya es suficiente.

—Pero no te corres, ¿no?

—No. Pero lo hago después, cuando me penetras, que me gusta más.

—Alguna vez querría que me dejaras seguir un poco más —dijo.

—Bueno, es que... me da un pelín de cosita, ¿sabes?

—¿Por qué?

—Pues no sé. Pero asomarme y ver una cabeza ahí, saliendo de entre mis piernas, tsss... No me gusta, ¿sabes?

David rio.

—¿Por qué no me habías dicho esto antes?

—No sé por qué, supongo que hablar de esto me da un poco de cosita.

—Bueno, pues a partir de ahora tenemos que hablar más de estas cosas. Porque creo que el sexo es importante.

—Vale —convine.

También hablamos sobre nosotros, claro. Nos comprometimos a intentar superar todo lo que había pasado y mirar hacia delante evitando caer en los mismos errores. Me complació saber que David tenía tan claro como yo el futuro y compartíamos visión sobre el estilo de vida que queríamos.

—Me equivoqué, pero siempre he tenido claro que quiero casarme y formar una familia. Contigo —me dijo en cierta ocasión. —Quiero decir, eso hoy día no todo el mundo lo tiene claro. Hay gente que va por ahí acostándose con unos y otros, que están más repasadas que una silla de montar. ¿Y para qué? Para coger fama, porque otra cosa... A ver, y no me refiero a nadie en concreto, ¿eh?

Supe que, al hacer el matiz, David se refería a Sole. No lo dijo expresamente, ni sé si le hubiera reprobado el haberlo hecho. Pero mi hermana se había demostrado inusualmente comprensiva durante nuestra pseudoruptura y la reconciliación, a pesar de haber sido testigo directo de unos cuernos bastante gráficos y desagradables. Ella hacía esfuerzos por entenderme a mí y yo quería hacer lo mismo con ella.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora