Mi familia rememoraba con frecuencia anécdotas de mi infancia que yo ya había olvidado. No recordaba la vez que Sole y yo nos coronamos mutuamente con un cucurucho de helado, después de pelearnos siendo niñas. Ni cuando Javi, Víctor y Lola tuvieron que hacer una cadena para sacarme del agua, porque me estaban revolcando las olas de la playa de la Victoria de Cádiz, azotadas por el viento de levante. Ni siquiera recordaba que, en mi noveno cumpleaños, el abuelo me regaló una camiseta del Sevilla firmada por una de sus grandes leyendas.
Lo que nunca olvidaré es la primera vez que tuve en mis manos una raqueta de tenis, cuando solo tenía ocho años. Semanas antes de aquel momento, la dirección de mi colegio, un centro público en el Polígono de San Pablo de Sevilla, envío una circular a madres y padres. El director de entonces era maestro de Educación Física y estaba decidido a promover los hábitos saludables entre la comunidad educativa. Más aún después de haber realizado un estudio interno junto a otros maestros, en el que constató que el sobrepeso y la obesidad infantil habían ascendido en los últimos cursos.
En la circular advertían sobre los peligros de los malos hábitos y daban consejos para atajarlos. Uno de ellos era promover la actividad física entre los niños y adultos de la familia, para que interiorizáramos desde pequeños el impacto del deporte en la salud y en los valores personales.
Mamá y papá nos preguntaron a Víctor y a mí por nuestras preferencias deportivas, y aún no sé explicar por qué yo me decanté por el tenis. Sin duda, influyó el hecho de que hubiera visto a la española Samanta Vázquez Tenorio proclamarse campeona en tres Roland Garros y un Open de Estados Unidos, además de colgarse cuatro medallas olímpicas. Había sido un referente para mí y para otras tantas niñas y, aunque no fui del todo consciente de ello cuando dije a mis padres que quería probar con el tenis, siempre la nombraba en mis entrevistas. Además, tenía la suerte de conocerla personalmente, y me había dado muchos consejos profesionales.
No daban clases de tenis en el Palacio de los Deportes de San Pablo de Sevilla, aunque sí otras muchas disciplinas deportivas. Mis padres podrían haberme insistido en escoger cualquier otra para no tener que desplazarnos dos o tres veces a la semana hasta Santa Justa, donde estaba el gimnasio más cercano en el que sí daban clases de tenis. En el colegio habían insistido en que los niños tenían que entusiasmarse con sus actividades deportivas, así que mis padres se decantaron por un abono familiar en el gimnasio. Entre el trabajo y las responsabilidades familiares, incluso papá sacó tiempo para ponerse en forma.
Llegué asustada a aquella primera clase de tenis. No conocía a ningún otro niño, algunos de ellos hasta dos años mayores que yo y ya con experiencia. Las primeras indicaciones se ciñeron al modo correcto de empuñar la raqueta, y solo al final de la clase se nos dio opción a golpear una pelota. Muchos de los niños principiantes ni siquiera acertaron, pero yo conseguí darle bien y, al menos, mandarla a la red.
—Muy bien, muy bien. ¿Cómo has dicho que te llamas? —preguntó uno de los monitores.
—Me llamo Lara —respondí, cortada.
Me fui de la clase satisfecha y pensando que la sesión había sido muy divertida. Mi entusiasmo fue in crescendo, y nunca me dio pereza ir a aquellas extraescolares, como si solía sucederle a Sole, a Sofi o a Víctor. Mis progresos eran evidentes y enseguida me asignaron a uno de los dos monitores, a mí y a otros niños más avanzados. En teoría, y según supe más tarde, yo tenía que servir de sparring de uno de ellos, ya inmerso en circuitos de competición locales. Al final resultó que, pese a que se trataba de un niño dos años mayor que yo y que ya llevaba año y medio jugando al tenis, él fue mi sparring.
Los monitores estaban alucinados. Me preguntaron varias veces que si de verdad yo nunca había jugado al tenis, a mí y a mis padres. Hasta que, dos o tres meses después, les sugirieron clases más personalizadas.
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Las rosas de Abril
RomantiekLara Martín sabe que su atractivo y su éxito en el tenis mundial siempre han despertado deseo. Ahora sospecha que ha acaparado el interés de una de las estrellas de Hollywood del momento, Harry Cross, aunque no desea hacerse ilusiones con él. Mientr...