—No, no. Espera un poco, espera un poco. ¡Ah!
—¿Ya?
—No, no. Un poco más.
—Sole. Dios, Sole, no puedo más.
—Vale, vale. Ya, ya. ¡Ohhh!
—Joder, joder.
Nando casi no había terminado de correrse cuando me quité de encima, directa al baño para asearme y desear que se largara de mi casa cuanto antes. Era el jefe de los vigilantes del hotel, y no era la primera vez que follábamos. Me echó el ojo prácticamente el primer día que entré por la puerta.
Hacía ya unos meses que mi hermana me había pedido que dedicara tres días de la semana a realizar trámites allí, en el hotel. Recibí las bendiciones de Víctor y Lara, que eran quienes me tenían retenida en las oficinas de la red de aparcamientos del centro de Sevilla a diario. A Lara le interesaba tanto como a Lola que el hotel prosperase, así que respondió a la petición. Y a su hermano no le quedó otra que aceptar.
Me gustaba más trabajar en el hotel porque en la oficina había más gente y habíamos logrado crear buen ambiente. Lola trabajaba en su despacho, en ocasiones con la puerta cerrada. Y fuera compartíamos espacio Estela, también administrativa, y mi primo Javi y Vicky, que llevaban el marketing y las relaciones públicas del hotel. Había una pequeña sala de estar con sofás y máquinas de café, así que se dejaban caer con frecuencia los recepcionistas, el personal de mantenimiento, el de limpieza, el de restauración o el de seguridad. Y entre estos últimos estaba Nando. Me anduvo tirando la caña sin lograr despertarme interés, hasta que Lola se enteró y me dijo:
—Ni se te ocurra tirártelo. No quiero líos entre el personal, ¿eh? Que luego todo son malos rollos y no.
Y claro, la advertencia de mi hermana bastó para erigir a Nando como objeto prohibido y despertar ese interés que hasta entonces no había sentido. Así que una tarde de viernes, después de que las cañas a la salida del trabajo se alargaran, nos enrollamos. Lo invité a subir a casa, contraviniendo los deseos de Lola, y echamos un par de polvos que no estuvieron nada mal.
Os preguntaréis por Arturo, el chico de Sevilla Este por el que me había pillado hacía unos meses, tras pasar la noche con él. Arturo me gustaba, sí. Mucho. Pero la soltería era como una religión para mí, y la practicaba como la sierva más fiel. Me resistía a comprometerme en exclusiva con Arturo, y él no me lo había pedido expresamente. Inteligente como era, sabía que yo no era una de esas mujeres a las que conviniera presionar.
Me gustaba estar con él, eso sí. Salí con sus amigos de vez en cuando, casi siempre a garitos de Sevilla Este en los que tienen juegos de mesa a los que la gente puede jugar y, con un poco de suerte, no olvidarse de consumir. Siempre me presentaba como a una amiga.
Yo nunca lo invité directamente a que me acompañara a una de las salidas con las chicas, pero sí hacíamos por juntarnos algunos viernes y sábados por la noche. Él comandaba a su grupo y yo al mío para coincidir en algún sitio, y luego irnos juntos a mi casa. Mis amigas se percataron de aquello, claro, así que tuve que aguantar miradas, risitas y comentarios.
—A ti ese tío te gusta, Sole —me dijo una vez Sofi.
—Me cae bien, es mono y me lo hace genial —contesté.
—¡Uhhh! ¡Guau! ¿Qué es esto? ¿La Sole se enamora? —dijo Ro, con un tonito desquiciante.
—No estoy enamorada —me apresuré a aclarar.
—Pero sí pillada —dijo Sara.
—Bueno, lo que sea. No estamos juntos, ni nos hemos prometido exclusividad ni nada de eso. Si acaso, de rollo, pero ni eso. No le quiero poner etiquetas a nada, pesadas. Nos lo pasamos bien juntos y ya está —zanjé, algo malhumorada.
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Las rosas de Abril
RomantikLara Martín sabe que su atractivo y su éxito en el tenis mundial siempre han despertado deseo. Ahora sospecha que ha acaparado el interés de una de las estrellas de Hollywood del momento, Harry Cross, aunque no desea hacerse ilusiones con él. Mientr...