Lara (3): Ruta nocturna por Londres

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La cena de celebración de Wimbledon se alargó porque mi padre, orgulloso y festivo, se animó pidiendo botellas de vino y champán. Me tomé una copa de tinto y una de cava. Cuando fui a echarme una segunda, Teresa me miró con cara de pocos amigos. Desistí.

Mis padres no llegaron a la discoteca. Embriagados de satisfacción y de alcohol como estaban prefirieron irse a dormir. También se retiró Paco, nada amigo de los saraos. Quedamos Marisa, Leo, mi hermano Víctor, mi cuñada Cris, Teresa, Marta y yo. También habían prometido pasarse Sandra Martines y Martina Rodríguez con sus parejas. Eran mis mejores amigas dentro del mundo del tenis, y aún seguían en Londres pese a llevar días eliminadas de la competición. Por supuesto, esperaba ver a Harry Cross y sus dos agradables acompañantes, Josh y Pete.

Llegamos a Liberty y nos guiaron hasta el reservado. La discoteca estaba abarrotada y algunos de los presentes nos reconocieron, así que se acercaron con el deseo de conseguir algunas fotos. Sandra y Martina aparecieron, tal y como prometieron, y al principio nuestra reunión estuvo muy animada.

Como siempre, Leo era el alma de la fiesta. El DJ puso todos los hits del año y él se contoneaba eufórico con sus rítmicos pasos de baile, mientras los demás le observábamos y reíamos. Me sacó a bailar en varias ocasiones, y yo no opuse resistencia. Un par de años antes, mi psicólogo me recomendó emprender alguna actividad semanal que no me comprometiera, sino que me sirviera para desconectar y liberar tensiones. Leo contactó con un coreógrafo para dar clases en mi chalet de Marbella, y aprendimos movimientos sincronizados para algunas canciones mainstream del momento y antiguos temazos de la música latina.

Nos vinimos arriba con Don't you worry child, Scream & shout y Feel this moment. Brindamos por los éxitos del año y por los que, con suerte, quedaban por venir. En mi caso, con Coca-Cola. Estaba pletórica después de un partido difícil, y feliz al estar rodeada de familiares y amigos incluyendo a Martina y Sandra, que habían cumplido su promesa de asistir. Todo era perfecto. Al día siguiente, mi amigo Roberto López disputaría la final masculina, y se vislumbraba en el horizonte un podio 100% español. Ya lo habíamos conseguido en 2010, tanto en Roland Garros como en Wimbledon. Aquel fue el año dorado del deporte en nuestro país, y justo tras Wimbledon tanto Roberto como yo, junto a algunos de nuestros familiares, pusimos rumbo a Sudáfrica. Nadie quería perderse la final del Mundial de la Selección Española de Fútbol, pero menos aún yo misma. Por entonces mantenía una relación con uno de los titulares indiscutibles del 11, Ander, y quería proporcionarle soporte moral.

Pero entre el regocijo y la nostalgia me acordé varias veces de Harry Cross. Dijo que vendría, ¿no? ¿Por qué no aparecía? No dio señales de vida, ni siquiera por WhatsApp, y nuestra fiesta se iba apagando poco a poco. Había sido un día de muchas emociones, y yo, después del esfuerzo titánico durante uno de los partidos más difíciles de mi carrera, estaba especialmente cansada.

Sobre las 2 h decidimos marcharnos. Nos disponíamos a dejar el reservado cuando, discretamente, se acercó a mi uno de los miembros del personal de la discoteca, el encargado. También apareció en los inicios de la velada para darme la enhorabuena en nombre del establecimiento e invitarnos a una botella de champán.

—Miss Martín, ¿ya se van?

—Sí —contesté.

—Muchísimas gracias de nuevo por venir a Liberty. Hay taxis en la puerta esperando a sus acompañantes para llevarles de vuelta a la villa. A usted la espera un coche, cortesía de esta casa. Dará un breve paseo nocturno por la ciudad, programado especialmente para usted, y también la dejará en su alojamiento.

—Vaya, pues muchas gracias. ¿Pueden acompañarme dos de mis amigos?

—Ya tiene acompañante y la espera en el coche. La llevará hasta el vehículo uno de los miembros de nuestro personal.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora