Lola (6): Jaque

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Pues sí, volví con David. Y estuvo en la fiesta prenavideña que organicé en el hotel para que la familia pudiera conocer a Harry, el novio de Lara, ya que ella anunció unos días antes en el grupo de Whatsapp de los Martín que no pasaría las Navidades en Sevilla. Creo que a Sole aún le dura el enfado por eso.

Yo no tenía especial interés en que mi novio viniera a la fiesta, ni tampoco en poner a Víctor, Sofi y Sole en la tesitura de compartir tiempo con él como si nada hubiera pasado, sabiendo lo que sabían. No vino al almuerzo, pero se presentó a las copas para, sobre todo, evitar darle explicaciones a mis padres, a mis tíos o al abuelo, que me preguntarían por él.

Recuerdo haber sufrido una repulsión profunda las horas posteriores a enterarme de que otra mujer le había hecho una felación a David en el coche. Siempre he sido muy enemiga de llamar la atención, más aún del exhibicionismo, y aquello se pudo considerar como tal si tenemos en cuenta que lo vieron. Sole y Víctor, nada más y nada menos. De casi 700.000 habitantes que tenía Sevilla aquel año, lo vieron mi primo y mi hermana.

Confieso que, después de la fase de asco y repulsión, lamenté haberme enterado del episodio. En determinados momentos, sentí que podría haber seguido siendo feliz sin saberlo, aunque también entendía que mi familia no podía guardar silencio en una situación así. El asco dio paso al enfado no por lo que David hubiera hecho, que también, pero más aún por las consecuencias que aquello generaba. Por tener que romper una relación de pareja en la que había invertido mucho tiempo y esfuerzo. Pasé años trabajando en que lo nuestro funcionase y pudiéramos tener lo que Sofi llamaba una vida convencional, pero eso era justo lo que David y yo queríamos, y era respetable. Nuestra prioridad era la estabilidad, como la prioridad de otras personas es prosperar en su vida profesional o cualquier otra cosa.

Pero, además del lamento por renunciar a lo que yo quería, y tener que empezar de cero con otra persona, yo seguía queriendo a David. Y aquellos días de convivencia sin relación llegué a sentir lástima por él. Los dos continuábamos viviendo juntos en el apartamento de Viapol, que habíamos comprado y pagábamos letra a letra a medias. Ninguno de los dos se quiso ir por no renunciar al derecho a ocuparlo, ni tampoco llegamos a tener una conversación para estudiar qué hacíamos con el piso.

Los dos rehuíamos el encuentro. Él quería arreglar las cosas conmigo y yo no quería terminar con él. David sabía que forzar una conversación conmigo podría suponer el fin de la relación. Y yo sabía que hablar con él incrementaría mi deseo de perdonarlo, pero sentía la presión de mi familia, que lo desaprobaría. Así que fuimos acumulando días y días en los que nos evitábamos a toda costa. Esa es la razón por la que pasé tardes enteras en los pisos de Sole y Sofi, o en el trabajo, y no porque no quisiera verlo. Porque, en realidad, me moría por verlo.

Evitó forzar la situación, pero me fue dejando señales con las que pretendía echar leña al fuego de nuestra relación para evitar que se apagara. Él sabía que, de no hacerlo, terminaría por serme indiferente. Y la indiferencia era mucho peor que la repulsión o el enfado, algo mucho más intenso que la ausencia total de sentimientos. Así que a veces me encontraba post-its en el baño en los que me escribía "Te hecho de menos", con h. O me encontraba media pizza en el horno para cenar con la correspondiente indicación: "Te he dejado pizza, por si quieres", junto al dibujo de un corazón. O me llegaban claveles blancos al hotel, mis favoritos, con una nota de arrepentimiento y solicitando perdón. O me dejaba la ropa impecablemente planchada y colocada en la habitación de invitados, algo en lo que sospecho hacía partícipe a Charo, su madre, porque David no había empuñado el mango de una plancha en su vida.

Mi suegra, precisamente, intervino en varias ocasiones. Vino a verme al hotel una mañana. Su visita no me cayó bien porque me obligaba a darle explicaciones, me ponía en la coyuntura de tener que soltarle varias verdades sobre su hijo y, encima, me hacía perder el foco de mi trabajo. Pero yo, como siempre, me esforzaba en escuchar pacientemente y ser amable con ella.

Las rosas de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora