Capítulo 2

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1991

Helena


Un rayo congelado recorrió rápidamente mi torrente sanguíneo, y el agujero que sentía en el estómago pareció hacerse más profundo. No supe qué hacer, así que hice lo único que se me ocurrió: correr.

Huí lo más rápido que pude hacia el área común.

Iba cruzando cuando me distrajo una voz que me llamó por mi nombre. Me frené en seco y vi a May con otra chica a su lado. Me di cuenta de que no tenía buena pinta por la expresión que puso mi amiga en su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó.

—S-Sí...

Los nervios entorpecían mi habla, provocando tartamudeos y tropiezos en las palabras.

—Ya vamos tarde a la bienvenida... Venga, vamos —dije, presionando, esperando que el chico del cubículo no nos alcanzara e hiciera preguntas sobre por qué demonios estaba espiándolo como una acosadora.

—¿De qué hablas? Todavía faltan algunos minutos —dijo May recelosa.

—Venga vamos, ya lo he visto todo y no hay nada interesante por allá.

La tomé de la mano tirando de ella hacia hacia el ala este. La chica que venía con May nos siguió sin emitir sonido, y me detuve hasta que estuvimos lo bastante lejos de los cubículos.

—Helena, ella es Malika, mi compañera de cuarto.

Observé a la chica delgada de piel morena, nariz grande,y ojos redondos. Llevaba un trapo enredado en la cabeza que le cubría todo el cabello. Más tarde descubrí que era un hiyab; un pedazo de tela que cubría la cabeza y el pecho que las mujeres musulmanas usan en presencia de personas que no son de su familia inmediata.

Le dediqué una tímida sonrisa.

—¡Hola! Perdona que no te saludara, qué grosera. Mucho gusto, Malika.

—Mucho gusto, Helena —dijo con voz suave y de tono agudo.

—¿Qué pasó allá, eh? —preguntó May con una expresión que, más que a duda, sonaba a reproche.

—Nada... es solo que estaba muy solo el pasillo y me dio un poco de miedo.

—Uy, he escuchado muchas leyendas de este lugar —dijo Malika en tono misterioso—. ¿Sabían que inicialmente era la casa de una familia de nobles? Dicen que todos murieron aquí mismo de peste. ¡Escuché a un chico que aseguraba que en las noches el fantasma del dueño deambulaba por los pasillos!

—De hecho... —respondió un niño que estaba sentado en el sillón viendo hacia la televisión—. En los años que se construyó este edificio, se acostumbraba que los nobles los enterraran en sus propias casas, ya que el cementerio era visto como algo de clase baja.

Las tres volteamos a verlo con interés y él nos dirigió la mirada con una enorme sonrisa. Era de piel blanca, mejillas rosadas, nobles ojos caídos y azul cerúleo. Usaba gafas y llevaba el cabello lacio y dorado rozándole las cejas.

—¡Es cierto! —dijo en tono alegre, defendiendo lo que acababa de decir—. Hay un libro en el salón de estudio que lo explica mejor.

—¿O sea que fueron enterrados aquí mismo? —preguntó May con preocupación.

—No es un hecho ya que no hay evidencia, pero es lo más seguro —dijo acomodándose las gafas con picardía.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

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