2005
Helena
Mayo
Habíamos viajado a Las Vegas para casarnos. La idea de hacerlo de manera repentina, sin planeaciones y en nuestra propia intimidad, nos parecía mucho más excitante que un evento costoso solo para exhibirlo en redes sociales y alimentar a un grupo de familiares y amigos que al final terminarían juzgándonos por la precipitada decisión.
Cuando viajamos a Los Ángeles para anunciar las noticias, fuimos recibidos con hostilidad. Quizás en el fondo, sabíamos que todo el mundo querría persuadirnos de dar el paso y por lo mismo habíamos tomado la decisión de hacerlo como lo habíamos hecho, pero ninguno de los dos jamás se atrevió a admitirlo en voz alta.
Mis padres se mostraron decepcionados, Queen no paró de repetirme la estupidez que habíamos hecho, y aunque May había empezado a decirlo también, fingí que la llamada se cortaba por una mala señal. Ya había tenido suficientes recordatorios de lo viscerales que nos habíamos comportado. De hecho, escucharlo tanto comenzaba a provocar un nerviosismo que se alimentaba de dudas. Mordisqueaba el interior de mis mejillas y divagaba mucho, ¿y si tenían razón?
Recordaba terminar la charla con Jean roja de coraje. Furiosa. Tantos años esperando como un perro faldero en espera de una caricia, como una completa idiota, ¿para que al final decidiera hacer algo, ya que por fin me ve feliz? ¿No sería más bien que él no me quisiera feliz, sino que viviera a la espera de él? Me sentía como la carta boca abajo que se deja de reserva para crear una táctica en un juego de póker, el comodín de rescate por si las cosas no salían como esperaba, pero jamás la jugada maestra. Nunca la primera opción.
Darme cuenta de todo eso me había roto el corazón, aunque en aquel momento me negara admitirlo. Estaba destrozada, furiosa, y ahora que lo veo desde la perspectiva, pienso que fue precisamente esa cólera la que me impulsó a continuar con aquella estúpida decisión de casarme.
En San Francisco, Yasser no escatimó en expresar su negativa opinión sobre los hechos, y Anna, cómo la dulce chica que es, ocultó su amarga sorpresa por una sonrisa forzada y un abrazo de apoyo. No puedo negar que el inicio de nuestro matrimonio empezara con tantas demostraciones de enfado y penosas situaciones, me hundió en un estrés y tristeza difícil de lidiar. Y aunque Anna estuvo siempre conmigo, frecuentando visitas, Thiago comenzaba a fastidiarse de encontrar el apartamento siempre ocupado por su compañía.
—No sé cómo toleras su voz chillona por tanto tiempo —se quejó mientras ojeaba el periódico.
Hice una mueca de desagrado en desacuerdo. Él no me dirigía la mirada y se limitaba a observar las notas en el papel.
—Me gustaría que me avisaras cuando va a estar en casa, así decido si venir directo o distraerme un rato más en el trabajo.
No respondí nada, ya que por su tono, pareció ser más una orden que una petición.
—Me voy a la escuela, te veo más tarde.
Yasser y Anna ya me esperaban sentados en nuestra banca de siempre. Al verme, ella bajó de un saltito y me envolvió en un abrazo.
—¡Amiga, buenos días!
—Buenos días, ¿Cómo hace para estar siempre de buen humor? —pregunté a Yasser.
Este se encogió de hombros como respuesta.
—La clave, queridos, es desayunar tortitas todas las mañanas. Despertar con azúcar en la sangre pone de buenas a cualquiera —explicó sonriendo.
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Desvíos
RomanceHelena, una chica muy sociable y traviesa, conoce a Jean, quien ha vivido toda su vida en educación personalizada en casa, motivo por el cual no tiene un solo amigo de su edad. Al encontrarse en un prestigioso internado musical en Londres cuando son...