1993
Jean
La vimos irse y mi amigo me dirigió una mirada afligida. Me encogí de hombros.
—Por algo se empieza...
—Solo lo ha cedido porque tú se lo pediste.
Lo ignoré, ya que no tenía respuesta porque estaba de acuerdo con él, y eso me hacía sentir una dicha que rozaba lo egoísta y no terminaba de gustarme.
Nos dirigimos a la cafetería y nos volvimos a sentar en la mesa con los demás, como si nada hubiera ocurrido. Y aunque estaba alegre de volver a ser parte del grupo, no me apetecía hablar, porque estaba sumido en mis pensamientos.
Que Helena me restregara mi silencio me había dejado perplejo. Creí que el tomar distancia sería una de esas acciones qué haces pero que los demás aceptan sin hacer preguntas, y, por lo tanto, no tendrías que dar explicaciones.
Pero no ella.
Ya había pensado una vez que la chica tenía agallas, y esta vez me lo había recordado. Siempre quería respuestas, y aunque tuviera miedo, hacía las preguntas que fueran con tal de conseguir algo.
Habíamos pasado los últimos dos años construyendo una relación tan íntima y cálida. Helena se había vuelto mi lugar seguro, aquel donde podía sacar cualquier tema, hacerle cualquier pregunta y ella me respondería sin ningún prejuicio. Y estaba mandando todo al carajo.
Estaba siendo un imbécil y un ingrato. ¡Cobarde me quedaba corto!
No tenía los cojones de encarar el tema, de encarar su confesión. Que con o sin su consentimiento, al final eso era: una confesión de amor.
Ella sabía que yo era consciente de sus sentimientos, y que prefería callar.
Que había decidido ignorar que lo sabía, alejarme y marcar una distancia, que estúpidamente creí que aceptaría sin quejarse. Ella lo sabía muy bien, y aun así decidió no quedarse con nada dentro y hacerme frente.
Y yo, solo le había hecho saber que mis palabras a partir de ahora se remitirán a respuestas. ¡Qué pedazo de sinvergüenza!
Lo más jodido es que ni siquiera quería eso.
Me detestaba tanto de pensar en lo que yo mismo estaba creando entre nosotros, esta niebla densa que comenzaba a nublarnos.
Lo que ella no sabía, y que yo apenas había logrado admitirme, es que mi temor más grande era no tener control, y es que con ella nunca lo tenía. Mi cuerpo se dejaba llevar por las temblores que me provocaba, dejaba las palabras salir sin temor a nada porque sabía que por más tempestuosas que fueran, Helena navegaría en ellas sin problemas.
Ya pensaba en ella antes, pero pasada su confesión, no paraba de imaginar diferentes escenarios que cualquier chico de mi edad se plantearía.
Me preguntaba constantemente cómo sería tomar su mano, si mis escalofríos serían más intensos de hacerlo, o si me traería calma. ¿Qué sería de mí si enrollara mis brazos en ella? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿O la corriente que me recorría me rompería en mil pedazos haciéndome caer al suelo?
Imaginaba que sería lo suficientemente valiente para abrazarla. Imaginaba que lo hacía y reposaba mi nariz en su cabello tan lacio y sedoso, que sabía que olía fresco, tropical, como la brisa marina. Lo había olfateado a escondidas un par de veces mientras nos tirábamos a conversar en los jardines.
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Desvíos
RomanceHelena, una chica muy sociable y traviesa, conoce a Jean, quien ha vivido toda su vida en educación personalizada en casa, motivo por el cual no tiene un solo amigo de su edad. Al encontrarse en un prestigioso internado musical en Londres cuando son...