Capítulo 37

2.6K 251 161
                                    


2005

Helena

Enero


—... Puedes intentar entrar a alguna universidad en Miami, si no entras entonces veremos qué hacer.

—Lo siento Thiago. Han sido unos meses fantásticos, en serio. Pero necesito volver y decidir universidades... con calma.

—Vale, hazlo. Ya que decidas vemos cómo movernos.

Tragué saliva con fuerza y apreté ambos labios conteniendo el sentimiento amargo de decir lo que realmente trataba de explicarle.

—¿Quieres romper? —preguntó directo, sin ningún tipo de duda o temblor en la voz.

No dije nada. Lo observé fijamente, esperando detectar la emoción en su rostro, que tenía las cejas arqueadas formando una arruga entre ellas, los ojos entrecerrados, y sus labios redondos tensos. ¿Cómo decirle que las relaciones a distancia eran el mayor fracaso de toda mi vida? Ya lo había intentado numerosas veces, con dos diferentes chicos, y siempre terminaban mal. 

Con Thiago todo había sido tan vivaz, tan salvaje. Un amor intenso, real, pero fugaz. Un amor de verano, en el que habíamos vivido increíbles aventuras, conocido diferentes ciudades, curado nuestras almas rotas con vivencias. Había encontrado en él un amigo y un amante. Era tan centrado, transparente, y tan hombre. ¿Me dolía perderlo? Sí. Pero la idea de que la imagen que tenía de él cambiará como había sucedido con Jean, el amor de mi vida que nunca hizo un esfuerzo por estar conmigo. Si dejaba las cosas aquí, podía imaginar que la vida nos separó, y no una decisión suya.

Asentí temerosa.

—¿Por qué? —preguntó tajante.

Thiago no temía de preguntarlo todo, aunque la respuesta fuera a dolerle. Estos meses había aprendido que jamás se quedaba con la duda de nada, y era capaz de formular las mejores preguntas para conocer todos los lados del cubo.

—Ya viví esto Thiago, las relaciones a distancia no...

—¿Solo por eso?

—Solo por eso.

Él asintió bajando la mirada tensa.

—Muy bien —dijo terminante—. Terminemos, pero esto no acaba aquí.

Sonreí tan ancho que las mejillas me dolieron. Con él nunca podía tomar una decisión, siempre haría todo para salirse con la suya, eso lo sabía muy bien. Y aunque conocía los resultados de estas despedidas y promesas, decidí no matar sus esperanzas, por lo que solo me abalancé, lo abracé y lo besé.

Me encantaría mantenerme tan positiva como él, tener el corazón revoloteando de esperanza y creer que era el hombre para mí. Pero el temor de recapitular una historia que todavía me dolía, me mantenía escéptica. Había tomado la decisión hace mucho de no tener expectativas de nada, ni de nadie.

Nos despedimos apasionados, con fuerza, en un abrazo que quedó marcado en mis brazos y en la piel.

Llegué a Long Beach, donde en casa me esperaban mi familia, y mis amigas. Había globos por todas partes, una mesa repleta de comida y una torta. Solté una carcajada en cuanto entré sorpresivamente una hora antes de lo que anuncié, y descubrí a todos tonteando en lugar de gritar sorpresa.

—¡Sorpresa! —gritó mi padre dudoso.

Todos me vieron con los ojos como platos mientras yo me reía.

DesvíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora