2001
Jean
Diciembre
Nadya y yo habíamos terminado hace seis meses.
Habían suspendido clases en la facultad y decidí visitarla por sorpresa. Cuando llegué a su apartamento y entré con el duplicado que ella misma me había otorgado, me encontré con un ajetreo en su habitación.
Ella estaba desnuda de la cadera para arriba, al igual que él. Lo reconocí en el momento que sus ojos captaron los míos. Nunca lo había visto en persona, pero su cara se me había marcado cuando lo vi en el primer concierto que dio Nadya con la filarmónica. El mismo de las flores, el mismo profesor que, según sus palabras, era como su hermano.
Sonreí con amargura y me di la media vuelta azotando la puerta.
A lo lejos escuché su voz llamando mi nombre, gritando que esperara, que lo habláramos. Pero honestamente, ¿Qué íbamos a hablar? Absolutamente nada que quisiera escuchar.
Me dirigí sin inmutarme al tren y regresé a casa esa misma tarde. De repente reía con la ironía de que había sido ella misma quien me había dado la navaja con la que cortaría nuestro lazo.
No lloré, no grité, no me lamenté. De hecho, no sentí nada. Como si estuviera adormecido, anestesiado, y vacío. Un hueco en el pecho me estuvo molestando durante esos meses. Como una espontánea presión en la caja torácica que a veces aparecía, y que en realidad, llevaba ahí mucho antes de que terminara con Nadya.
De hecho, nuestra relación tenía mucho tiempo que no era nada más que sexo. Rara vez hablábamos por Messenger o en nuestros celulares, y cuando nos veíamos una vez al mes, era solo para encerrarnos en una habitación y enredar las piernas.
Ese año había salido a la luz una red social llamada Fotolog. Las generaciones de ahora no la reconocerían si la vieran, pero diría que el funcionamiento era más o menos parecida a Instagram. Tenía ubicado el usuario de Helena, me paseaba de vez en cuando para ver sus fotos actuales, en las que lucía unas facciones menos infantiles de las que recordaba, incluso su mirada me parecía más ausente, con falta del brillo cegador que se asomaba cuando sonreía. Como si su sonrisa fuera producto de un maquillaje y no de una reacción real en su rostro. O eso quería creer yo, que ella estaba tan ausente como yo me sentía.
Pero lo más seguro era que fuera producto de mis deseos, y no de una realidad. Ya que hace unos meses que notaba los recurrentes comentarios en sus fotos de un tal Rob_Atlas.
"¡¡Estás hermosa!!"
"Tienes la sonrisa más bonita de Los Ángeles"
Ella le respondía con algún emoticón hecho con letras. En aquellos años no existían los dibujos gráficos que ahora utilizamos, y debíamos recrearlas con lo que había en el teclado. Pero el punto era el mismo, le sonreía.
Hice una mueca de desagrado al recordarlo.
Por supuesto que la curiosidad me llevó a ver su perfil otra vez. No necesitaba conocerlo en persona para que el tipo me cayera como una patada en el hígado. Para empezar, lucía mucho mayor que ella, y para continuar, todas sus fotos eran alardeando su profesión de director de cine. Un completo presumido.
Ingresando en el perfil de ella, me percaté de varios cambios. Había eliminado algunas fotos en las que aparecía el tal Rob Atlas, y además el anciano ya no le comentaba ninguna foto, de hecho, muchos de sus comentarios viejos habían desaparecido de donde estaban. Un rayo de júbilo atravesó mi cuerpo. ¿Se habrán dejado? El estremecimiento de gozo me provocó una picazón por escribirle.
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Desvíos
RomanceHelena, una chica muy sociable y traviesa, conoce a Jean, quien ha vivido toda su vida en educación personalizada en casa, motivo por el cual no tiene un solo amigo de su edad. Al encontrarse en un prestigioso internado musical en Londres cuando son...