Capítulo 17

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1996

Jean


Poco más de un año había pasado ya desde aquel día donde todo se había roto dentro de mí.

Había sido sencillo evitarla, ya que nuestros horarios estaban invertidos, lo cual era una fórmula de la escuela para evitar conflictos entre los alumnos mayores con los más pequeños.

Inocentemente, creí que no me afectaría verla, pero desde qué pasó hacia el comedor, frente a mi totalmente distraída, sonriéndole al chico que la abrazaba, el corazón me vibró. Esa electricidad que solo ella me provocaba recorrió todo mi cuerpo, esta vez incluso, llegando a partes nuevas, desconocidas, y sacudí los hombros estremecido.

Había cambiado muchísimo: sus caderas se habían ensanchado, las piernas y el abdomen lucían más alargados, el cabello le llegaba a media espalda, y le caía como una cascada, lacia, sedosa, color castaña. Recordé el día en que la acaricié toda una noche, y tuve que apretar los párpados tratando de ahuyentar la imagen. Estiré el cuello de la sudadera acalorado.

El director Thomas saludó a alguien a lo lejos, y al seguir su mirada me encontré con la mesa de Helena, llamando mi atención un cuerpo nuevo sentado. La identifiqué de inmediato. Le sonreí.

Me dio gusto verla, pero más gusto me daba saber que Helena tendría a su amiga de nuevo a su lado. Pensar en ella me hizo buscarla con la mirada, por lo que me encontré con que estaba envuelta en el brazo de Alek. El amargo sabor en el paladar me hizo endurecer la mandíbula y desvié la mirada.

Los directores pasaron a presentar al alumnado seleccionado para finalizar estudios en orquestas reales en el extranjero, e inmediatamente, mi vista se centró en la chica pelirroja de rostro angelical.

Nadya y yo nos habíamos alejado de manera abismal, principalmente yo, que estaba perdido en observar a Helena en la lejanía y su propia compañía, me había percatado muy poco de ella. Y ahí enfrente, bajo las luces iluminando su cabellera rojiza, me pareció tan hermosa que cada parte que analizaba de ella, era un descubrimiento nuevo. Sus ojos se encontraron con los míos y ni así pude retirar la mirada.

El ámbar meloso de su mirada me atrapó por completo y revoloteó en mi interior emocionado.

Y aunque no me lo merecía, me sonrió, y de manera instintiva, le correspondí.

Sentí un calor en el pecho y una emoción reconocida recorrió mi cuerpo. De aquella amistad cálida, desaprovechada, como un hogar al que no había querido volver maravillado por la novedad de un sitio, pero que tarde o temprano, uno termina deseando volver a su fogata acogedora.

—¡Venga! Vamos a saludar —dijo Steve haciéndome seña con las manos para que lo siga.

Nos encaminamos a la mesa de las chicas, esa de siempre al fondo de la cafetería. Steve saludó efusivamente como es costumbre en él. Yo también le di unas palabras de apoyo. Mientras Steve hablaba de la novatada de cada año, una voz nos interrumpió llamando la atención de todos.

—Claro que van a ir. Es mi despedida.

Alby se metió entre nosotros posando su brazo sobre mis hombros.

—¿Helenita? ¡Vaya! Sí que has cambiado. Espero que esta vez no huyas lloriqueando —dijo entre risas.

Helena respondió entornando los ojos.

—No participaré Alby, y no jodas más.

Entonces Alek hizo una acción desagradable y patética que me revolvió el estómago. Puso su brazo sobre su espalda como un perro que marca territorio en un árbol.

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