1994
Helena
Me costó varios minutos agarrar valor para decir la mentira. Solo tendría una oportunidad o habría hecho todo esto para nada.
Ubiqué a la pareja mayor que había seleccionado y me preparé conforme cada paso que daban hacia la entrada. «Pasen», les dijo el guardia. Y en cuanto la pareja avanzó lo suficiente, eché a correr
—¡Papá! —grité—. ¡Mamá, esperen!
Llegué acelerada junto al guardia quien me veía con juicio. Me tomó unos cuantos minutos tranquilizar mi agitación, saqué mis papeles para abordar y los estiré frente al hombre. Este los tomó y hojeó con una ceja arqueada, sentenciando con la mirada.
—¿Tus padres, niña?
—Acaban de entrar. Odian que me entretenga viendo cómics y me han asustado con que me dejarían aquí si no me apuraba. Unos bromistas, ¿eh? —dije, esforzándome por mantener una sonrisa casual, que se sentía tan incómoda como si estuviera teniendo una parálisis facial.
El guardia entornó los ojos observándome, su mirada se dirigía hacia mi pasaporte, con las fotos de unos padres muy distintos a la pareja que acababa de pasar, y luego nuevamente a mí. Sentía que el momento se estaba prolongando peligrosamente, y que tenía que apresurar esto.
—¿Te han dicho que no me dejes pasar?
El hombre abrió los ojos como platos.
—Claro que no —dijo tajante mientras se acomodaba el botón superior del cuello, como si de pronto este le estuviera asfixiando—. Pasa, vamos. Debo decirles que no deberían dejar a una cría sola en un aeropuerto.
En un arrebato, le quité los papeles de las manos y me encaminé hacia el avión a paso apresurado.
—¡Gracias, yo se los digo! —dije corriendo sin detenerme por el pasillo hasta que dejé de ver al hombre en la lejanía.
Llegué a Los Ángeles sin haber pegado ojo en toda la noche. Tenía demasiadas cosas por las que preocuparme: había escapado del internado, engañado al guardia del aeropuerto y pretendía llegar a un funeral al que no había sido invitada.
Me sentía exhausta, tanto física como emocionalmente, pero estaba decidida a terminar lo que había empezado.
Salí del aeropuerto y me dirigí al primer puesto de periódicos que encontré. Hojeé rápidamente el periódico hasta llegar a la sección de obituarios.
—Lyn... Lyn... —murmuraba para mí misma buscándole entre las letras.
De repente su nombre me golpeó las entrañas. "Yao Lyn".
Escribí los datos del funeral en una hoja que llevaba en el bolsillo y tomé el primer taxi que pasó. Al llegar al lugar, me di cuenta de que, a pesar de nunca haber estado en un funeral antes, me lo había imaginado con más gente. Solo pude identificar a May, que estaba sentada al frente junto a su madre, quien lucía más canosa y cansada. En la banca de al lado, dos señoras encorvadas con el cabello blanquecino, y en el resto del lugar solo había unos cuantos señores.
Me dirigí rápidamente hacia May.
—¡May!
Ella, con el rostro enrojecido e hinchado, se giró confundida ante mi llamado.
—¿Helena?
La abracé fuertemente, enrollando mis brazos alrededor de su nuca.
—¡Lo siento tanto, May!
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Desvíos
RomanceHelena, una chica muy sociable y traviesa, conoce a Jean, quien ha vivido toda su vida en educación personalizada en casa, motivo por el cual no tiene un solo amigo de su edad. Al encontrarse en un prestigioso internado musical en Londres cuando son...