Capítulo 24

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Sol y luna

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Sol y luna


En años anteriores muchos Raneuences contaban una leyenda de dos deidades una brillante y otra oscura. A estas las llamaron sol y luna las cuales fueron enviadas a la tierra, una para dar paz y tranquilidad y otra para sentenciar a aquellos que hacían daño al mundo; decían que estaban enamorados, pasaban horas enteras juntos, sus brillos eran diferentes. Y que a ninguno le importo los defectos del otro; al sol, la luna no podía tocarla su brillo era tan ardiente que quemaba y esta última poseía un brillo tan sereno que transmitía paz.

Un día la luna no soporto mas el no poder abrazar a quien amaba así que sin importar el que podría quemarse lo hizo, un abrazo en el que intentaba demostrar su amor. Sus cuerpos juntos encajaban a la perfección, era como si sus cuerpos fueran la pieza que faltaba en el rompecabezas del otro, formaron algo tan hermoso que jamás se haya visto. Un eclipse.

La luna cubría al sol, y aunque estuvo cubierto su brillo aún se podía apreciar. El día se había oscurecido, las horas parecían nunca terminar. Unos segundos pudieron parecer meses, al separarse el sol vio el daño que había ocasionado en la luna; tenia cicatrices, su cuerpo sin rastro alguno de maltrato ahora parecía un caos.

Se culpo todo el tiempo por hacerle daño, no quería hacerlo, a la luna no le importó muchas veces le dijo que se veían perfectas las cicatrices en su cuerpo. Sin embargo, un día la luna esperaba pacientemente al sol frente a un lago, esperó por mucho tiempo que el cielo se tornaba cada vez mas oscuro. Nunca supo cuanto tiempo paso, solo que ella nunca llegó.

Dispuesto a irse una luz muy brillante llamo su atención, sin darse cuenta se estaba dirigiendo a esta con una gran sonrisa pensando que al llegar a aquella luz su amada estaría ahí. Se equivoco.

No era ella, un Dios estaba frente a él llevándoselo hacia el oscuro cielo. La luna nunca mas pudo encontrarse con el sol, ella salía e iluminaba con su brillo en el día. Al atardecer era la única vez que se encontraban, muchas veces quiso él hablarle; era imposible hacerlo. Apenas él salía el sol se escondía sin siquiera cruzar miradas.

El sol seguía culpándose de las cicatrices que había dejado en la luna, por eso siempre que recordaba ese momento su brillo parecía apagarse, era cubierta por nubes grises y los días parecían tristes. Se concentro tanto en ellas que nunca pudo notar la sonrisa dulce que tenia la luna.

La luna, por otro lado, tenían un inmenso cielo nocturno tan oscuro que parecía vacío. Las estrellas no podían acercarse a él, su castigo por interrumpir en los designios de los dioses fue estar solo.

Pasaron los siglos y ellos seguían enamorados, porque, aunque el sol se sentía culpable no podía negar que nunca dejo de amar a la luna.

—Me gusta —Luca estaba sentado en la esquina de mi cama—. Pero siento que le falta algo.

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