Una dracónica. Una humana. Una épica aventura en una tierra de Fantasía.
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Diseño e Ilustración de portada: Ash Quintana.
El patíbulo se había colocado en el centro de la Plaza Mayor de Bastián del Oeste. Desde temprano, los heraldos recorrían las calles de la gran ciudad anunciando el evento y convocando a la población. Las campanas de atención no dejaban de sonar presionando a todos a concentrarse en el recinto público. La noticia ya se propagaba de boca en boca a lo largo de toda la Capital: Habría ejecución.
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El padre de Ladyola estaba famélico. Daba la impresión de que en cualquier momento su cuerpo, que además estaba cubierto de moretones, colapsaría sin remedio. El hombre a su lado, en cambio, se notaba bastante saludable. Era alto y fornido. Parecía una burla del destino que ambos individuos con tal desigualdad de aspecto, compartieran cadalso hacia un final común.
Los dos prisioneros permanecían de rodillas con las manos atadas a la espalda esperando a que el escribano real parado detrás de una tribuna a un costado sobre la tarima, leyera la sentencia y que el verdugo la llevase a cabo.
Cuando la multitud reunida frente a los condenados era considerable, el funcionario empezó con el acto:
—Nos encontramos aquí reunidos...
—¡Ya mátenlos de una vez! —gritó una voz dentro de la muchedumbre. Andreas, a quién apodaban el pequeño, había estado bebiendo toda la noche, como de costumbre y de camino a su casa se encontró metido en el tumulto.
—...Para poner a disposición de la divina justicia frente a todo Arga, a estos dos hombres acusados de alta traición a la Corona —prosiguió el escribano.
—¡El flaco se está cayendo! Morirá antes de que lo mate el verdugo —vociferó Andreas.
—Por orden de su Majestad, el rey Gerolt tercero de su nombre, hijo de Gerolt Segundo, nieto de Gerolt Primero...
—¡El Fracasado! —volvió a interrumpir el borracho. Sin embargo, esa vez el orador no lo ignoraría. No podía dejar pasar aquella afrenta.
El funcionario le hizo una seña a dos de los soldados que estaban haciendo guardia frente al tablado y estos se aprestaron hacia el provocador. Andreas no lo vio venir. Aún llevaba una sonrisa en los labios cuando de entre la multitud se le enfrentó uno de los militares que sin mediar palabra sacó su espada y le rajó el vientre de lado a lado.
Los presentes se alejaron al instante entre lamentos y quejidos. —Pobre hombre... —dijo una señora que se encontraba parada al lado del occiso y cuya saya blanca estaba toda salpicada de sangre. El guardia dio media vuelta dejando el cuerpo tirado con el intestino expuesto.
—Prosigamos —anunció el funcionario real. —Por orden de su Majestad el rey Gerolt Tercero, acuso al soldado Venturo Alianor, antiguo jefe de la guardia real y por cuya incompetencia escaparan los prisioneros que por orden del mismísimo rey se encontraban en el calabozo; de conspirar en contra de la Corona de Bastián y a favor de sus enemigos.