14. El latir de dos corazones

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Alana

Geb estaba de pie, en la entrada de la biblioteca, junto a la puerta. Tenía una de sus piernas flexionada, apoyándose en la pared, lo que le daba un aire desenfadado, difícil de no admirar.

No le había contado a Jayden de mis encuentros con Geb. No sé por qué, pero me prometí decírselo pronto.

Subí los escalones que llevaban a la biblioteca, mirándolo con atención. Estaba concentrado en su teléfono, observando la pantalla con el ceño fruncido, como si algo no le cuadrara del todo. Antes de poder llegar a él, elevó la comisura de sus labios en una sonrisa.

—¿Te escribes con alguien especial? —pregunté, sorprendiéndolo.

Dio un respingo que casi lo hace tirar el aparato. Se sonrojó notoriamente y de haber podido ver su magia en ese momento, estaba segura de que esta iría a una velocidad mareante.

—No es eso —masculló, sin mirarme—. Aún no entiendo como logras hacerlo.

—¿Hacer qué? —quise saber, interesada.

—No sentirte —dijo, clavando sus ojos en los míos.

El estómago me dio un vuelco repentino y aparté la mirada, sintiéndome culpable. No debería dejar que esta atracción que sentía por Geb, hiciera dudar de mi decisión de estar con Jayden. Él me necesitaba, no podía abandonarlo cuando estaba pasando por tantas cosas.

Pero Geb... Él seguía colándose en mis pensamientos y en mis sueños, abriendo de una patada la puerta que había decidido cerrar.

—Siento tu presencia cuando estás cerca, pero hay ocasiones en que no logro hacerlo. Es algo extraño, como si ocultaras tu magia —explicó.

—Tal vez tu detector de magia está fallando —bromeé.

En lugar de reírse, pareció asimilarlo y sacudió la cabeza, desechando alguna idea.

—No, no lo creo —murmuró—. Será mejor que nos pongamos en marcha antes que se nos haga tarde.

—¿Vamos a alguna parte?

—Sí. Es tiempo que practiquemos en otro lugar. Vamos.

Pasó por mi lado y bajó los cortos escalones que llevaban hacia la calle. Antes de continuar, giró su rostro y me observó desde ahí.

Sus ojos castaños destellaban un fulgor rojo, incluso cuando no veía su magia por completo. Sonrió y yo le devolví el gesto bajando rapidamente los escalones en un trote rápido.

—¿Dónde vamos? —pregunté.

—Conozco un sitio perfecto.

Mientras caminábamos, Geb me contaba de sus clases de historia, lo divertido que le parecía Instagram y su interés por sumarse al equipo de futbol de la universidad. Su forma de contar las cosas era magnética, con un entusiasmo propio de alguien que experimenta algo por primera vez en su vida.

Parecía un chico de otro lugar, o incluso, de otra época.

Estaba tan perdida en el movimiento de sus labios que di un pequeño respingo cuando volteó su rostro para mirarme.

—¿Debería hacerlo? —preguntó.

—¿Hacer qué?

—Unirme al equipo de futbol. Nunca he jugado antes y no sé... me gustaría intentarlo.

—Pues... tienes la estatura y el cuerpo para ser un buen defensa —comenté, repasándolo con la mirada—. Con algo de entrenamiento seguro te va bien.

[#2] El deseo de un recuerdo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora