3. Más de una vida

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Geb

La puerta se abrió con un ligero sonido chirriante en las bisagras. No me molesté en voltear a ver quién era. Ya llevábamos tres días en esta misma rutina; Kardelem no se rendía en hacerme cambiar de opinión y cada día regresaba nuevamente con una bandeja de alimentos que quedaban olvidados o estrellados contra la pared.

Me limité a seguir mirando por la pequeña ventana de la habitación donde estaba encerrado. No estaba encarcelado ni retenido, pero tampoco tenía motivos para salir de ahí.

—Tienes que comer algo. —La voz de la Djinn rompió el silencio de la habitación. Silencio que llevaba horas asentándose en el lugar—. Sigues teniendo un cuerpo humano, llevas 3 días sin comer ni beber nada, a este paso vas a morir.

—Quizás eso es lo que quiero —musité. La voz áspera me dañó la parte interna de la garganta al pasar tanto tiempo sin ocuparla. Llevaba tres días despierto y ya estaba siendo suficiente agonía como para seguir soportándolo.

—No digas tonterías, Khaled. No puedes...

—¡Ese no es mi nombre! —grité con la voz ronca.

Todos los objetos de la habitación comenzaron a vibrar. El vaso con agua que Kardelem dejó sobre la mesa de noche se movía de su posición arrastrándose por la bandeja y el líquido saltaba desde el interior.

—Tranquilízate... —pidió la mujer.

Aparté la vista con la respiración agitada y me concentré en mirar hacia el exterior. Un Djinn de fuego le enseñaba a su hijo a utilizar la magia de este elemento formando una llama en su mano, mostrándole cómo hacerlo. El pequeño solo lograba emitir chispas en el aire.

Cerré los ojos un momento y las cosas dejaron de vibrar.

La exhalación de tranquilidad de Kardelem se oyó en el nuevo silencio que se había formado entre ambos. La Djinn ni siquiera se atrevía a dar un paso para romper esa sensación de calma.

—Lo siento, Geb. Han sido demasiados años con tu antiguo nombre en mi memoria. Es difícil acostumbrarse.

—Para mí fue toda una vida —musité.

Abracé mis rodillas y escondí el rostro entre ellas, negándome a asumir la realidad. La explicación que Kardelem me dio hace unos días tenía lógica, pero no quería aceptar que todas mis memorias eran producto de una fantasía que cree en mis sueños.

Una vida con Alana, en la que crecíamos juntos, formábamos una familia y envejecíamos amándonos hasta el final.

Nada fue real. Nada de eso ocurrió. Pero mi corazón tenía esos sentimientos muy arraigados.

—Lo siento. No pensamos que tendrías ese poder. No se supone que debió ser así. —Se disculpó, apoyando una mano en mi hombro—. Ve el lado bueno, tienes la posibilidad de volver a hacerlo y esta vez de verdad.

—Para mí fue de verdad —mascullé.

—Lo sé. Pero en algún momento debes asumir que no fue así. Que ahora tienes una vida nueva. Una nueva oportunidad.

—¿Qué quieren de mí? —pregunté, resignado.

Kardelem soltó un jadeo. Esta era la primera vez que llegaba tan lejos en su conversación.

—Habla con nuestro Rey. Él tiene una misión para ti —pidió.

—Tu Rey, no el mío —aclaré mirándola de soslayo—. No soy un Djinn.

—Pero posees nuestra magia a voluntad. Más que ninguno de nosotros. Por lo que sí, es tu Rey.

—¿Más que ninguno dijiste? —inquirí, con una sonrisa petulante—. ¿Quieres decir que podría ocupar la magia para vencer al mismo Rey y proclamarme como su soberano?

[#2] El deseo de un recuerdo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora