Geb
Solo podía oír el llanto desconsolado de Alana en mis brazos mientras observaba fijamente la vela aromática que estaba en la mesa de café del salón del departamento de las chicas.
Alana rompió en llanto luego de nuestra conversación. Estábamos en plena calle y solo pude arrastrarla a un lugar oculto, donde nadie nos viera y transportarnos directamente aquí. Y así estábamos.
Abby llegó hace unos minutos y seguía junto a nosotros, dándole palabras de aliento a Alana y preguntándome con su mirada qué mierda había pasado. Y yo seguía sin responder.
¿Era yo un demonio ahora? ¿O solo fui empujado a un destino diferente al mío?
¿Podría evitarlo o el futuro ya estaba escrito?
¿Debía renunciar a la magia ahora que sabía esto?
—Karde... —murmuré en voz baja. El viento se rasgó en un sonido rápido al que se sumó el chillido de Abby.
—¿¡Qué diablos!?
«Por favor, no digas eso», pensé. Cada palabra relacionada me hacía sentir mucho peor.
—Tranquila Abby, es Kardelem, una amiga —expliqué.
La chica miraba de la Djinn a mí, aun con la mano en el pecho. La escuché murmurar palabras que no tenían sentido en este momento.
—¿Qué ocurre? —preguntó la Djinn aún a mi espalda.
—Tú lo sabías, ambos lo sabían —afirmé, evitando que el rencor me dominara. Pero estaba siendo difícil... muy difícil.
—Sí, siempre lo supimos. Los susurros de los Dioses no se equivocan.
—¿Por qué no me lo dijeron?
—¿Haría alguna diferencia? —preguntó con voz pausada—. Eres el Apbakari, pero eso no quiere decir que tu destino está definido. Los Dioses no han vaticinado el fin... aún.
—¿Qué quieres decir?
Karde guardó silencio, lo que me obligó a girar mi rostro y observarla. Miraba a Alana con una mezcla de indecisión y lástima, mientras mi novia seguía llorando en mis brazos sin enterarse de nada.
—No sé nada más, solo Sidi lo sabe. Por eso quería que controlaras tus emociones, a veces podemos intervenir para cambiar el destino de los humanos, pero solo Sidi puede hacerlo, porque es el único que lo sabe.
—¿Quién es Sidi? —preguntó Alana, levantando la cabeza. Sus ojos rojos y llenos de lágrimas me miraban suplicantes.
No quería mentirle, pero no me correspondía a mí decirle la verdad.
—Es nuestro Rey —respondió Karde por mí—. Nuestra conexión con los Dioses.
Alana frunció el ceño y apartó la vista como si intentara recordar algo.
—Entonces... —interrumpió Abby mirándonos alternativamente—. Él es algo así como el Oráculo, ¿no? El que conoce el futuro y el destino de las personas.
—Solo lo que los Dioses le susurran, pero sí.
—Entonces... se los susurran por un motivo, ¿no? Esperan que él intervenga —analizó la pelirroja.
Nos quedamos observando a Abby y luego a Karde esperando una respuesta, pero esta se mantuvo en silencio.
—¿Ha intervenido antes? —insistió.
Karde no respondió.
—Esto es mi culpa —musitó Alana, mirándome a los ojos—. Yo fui quien te puso en esta situación.
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[#2] El deseo de un recuerdo©
JugendliteraturEl cerebro es el órgano más complejo del ser humano. Es poderoso, pero frágil. Depende de elementos que lo ayuden a desencadenar la sinapsis que necesita para traer las memorias a nuestra mente. Música, lugares, aromas... Sentimientos. Parece difí...