9. Llenando los huecos del alma

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Alana

Había conseguido una cita con el chico lindo de la biblioteca. Geb.

Su nombre me producía un escalofrío cada vez que lo pensaba, como si fuera una palabra que había estado en la punta de la lengua y no había podido encontrarla hasta ese momento. Y la satisfacción de al fin tenerla en mi vocabulario era indescriptible.

De camino a casa había insistido en sacar el tema de la biblioteca, hasta que confesó que sí era él a quien había visto aquella vez. Su presencia era incomparable, no había margen de duda.

Abrí la puerta del departamento con una enorme sonrisa. Abby estaba echada en el suelo con un montón de libros a su alrededor. Cada vez más absorta en sus estudios.

—Llegaste tarde —murmuró, sin despegar la vista de sus apuntes—. Hice arroz para la cena, si puedes hacer algunas verduras para...

—¡No sabes lo que me acaba de pasar hoy! —chillé emocionada al cerrar la puerta. Estaba actuando como una adolescente enamoradiza.

Mi amiga entornó los ojos mirándome unos segundos, como un par de rayos X.

—Te encontraste con el chico atractivo de la biblioteca, hablaron y ahora tienes una cita con él.

—¿¡Cómo diablos haces eso!? —pregunté escandalizada. ¿Sería posible que Abby también tuviera alguna especie de magia adivina y pudiera ver el futuro?

—Fácil. Llevas semanas obsesionada con esto, no dejas de hablar ni un segundo del «atractivo chico de la biblioteca» y no paras de buscarlo por todas partes. Verte llegar con esa enorme sonrisa solo podía significar que conseguiste lo que querías.

—Eres una bruja.

—Es un don. Soy muy observadora, sé cómo funciona la mente del ser humano y además... —Alzó su mirada y me sonrió—. Eres mi mejor amiga. Te conozco como si fueras mi propia hermana.

—Awwww... qué tierna.

—Sí, sí. No te librarás de cocinar.

Mascullé unas maldiciones camino a mi habitación.

Odiaba cocinar, pero era parte de las actividades que nos repartíamos en casa con Abby. Si tan solo pudiera usar la magia para hacer aparecer la comida de la nada... eso sí sería útil.

Mientras cocinaba escuchando música en un volumen muy bajo para no interrumpir a Abby, me puse a pensar en el chico de la biblioteca.

En Geb.

Llevaba llamándolo de esa forma en mi mente por tanto tiempo que me costaba acostumbrarme, pero ahora que conocía su nombre, tenía que empezar a pensarlo más seguido.

Geb. Geb. Geb...

«Quiero ser tuyo, Amira»

Una puntada de dolor me pinchó el cerebro y el cuchillo que tenía en la mano, en lugar de rebanar la zanahoria, rebanó mi dedo.

Un pequeño corte, lo suficiente para que sangrara, pero no para efectivamente «rebanarlo».

—Mierda... —mascullé.

—¿Qué? —preguntó mi amiga.

—Me corté el dedo.

Abby se puso de pie y lo examinó. Fue en busca del botiquín y después de regañarme por distraída me vendó el dedo para que dejara de sangrar.

No quise decirle lo del dolor de cabeza, porque sabía que eso la pondría más alerta y no quería distraerla de sus estudios.

Después de cenar, mientras le contaba toda mi odisea persiguiendo a Geb, vimos el capítulo de una serie que ambas estábamos siguiendo y luego me despedí para irme a la cama.

[#2] El deseo de un recuerdo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora