34. El destino siempre llega

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Alana

Sidi aparentaba estar en un profundo sueño, con los brazos cruzados por encima de su pecho, con toda esa roca cristalina envolviéndolo alrededor.

Podía ver la magia que lo contenía como gusanos tornasoles, surcando la superficie de esa coraza, emitiendo un ligero pulso de luz, que lo hacía parecer un corazón palpitante.

En este sitio, la magia se sentía con una intensidad que jamás había experimentado, renovaba mis fuerzas produciéndome una adrenalina al borde de la euforia. Este nuevo poder recorría mi cuerpo enredándose en cada fibra de mi piel, cada célula estaba siendo afectada por esta magia, adaptándose a la perfección.

—¿Qué es eso? —pregunté al Genio que no apartaba la vista de aquella roca—. ¿Esa... cosa?

—Magia sólida —respondió Asmodeo dando un paso adelante, sin alejarse de mí. Observaba a Sidi con interés—. No es algo que se use habitualmente, requiere un poder muy grande para lograrlo y solo se usa en caso de medidas extremas.

—¿Medidas extremas para qué?

—Para salvar a un Djinn de la muerte —respondió girando su rostro para mirarme a los ojos—. Los Djinn no son inmortales, pero se requiere un poder muy grande para causar algún daño. La magia conserva su cuerpo etéreo mientras intenta recuperarse con ayuda de esta.

—Entonces... mientras esté ahí, no puede hacer ningún daño.

—Hasta que se recupere del todo o decida salir.

—¿Decida salir?

—Él sigue consiente de todo lo que ocurre. Es difícil para ti comprenderlo, pero la forma aparentemente humana de un Djinn es solo eso: Apariencia. Nuestros sentidos, conciencia y emociones están conectados a la magia. Ahora mismo Sidi debe estar oyendo nuestra conversación y solo espera el momento para revelarse.

La roca seguía pulsando lentamente en un brillo que encendía y apagaba la coraza de Sidi. Si lo que Asmodeo decía era verdad, entonces Sidi podría oírme aunque no estuviera presente.

Por eso antes se comunicaba solo a través de mis sueños, porque no tenía otra alternativa al estar en este estado.

—¿Por qué quieres lastimar a Geb? —pregunté.

—¿Qué? Yo no qui-

—¡Tú no! —exclamé. Asmodeo elevó las cejas con sorpresa y luego observó a Sidi y comprendió—. ¿Por qué quieres hacerle daño?

—No quiero hacerle daño. Quiero protegerlo.

La respuesta llegó a mi cabeza como si la hubiese oído junto a mí. Diferente a como se percibían los susurros. Esto era más nítido, claro, y su voz era la misma que escuchaba en mis sueños.

—No es cierto —mascullé.

Asmodeo pasaba su mirada de mí hasta la roca con interés.

—¿Te responde? —preguntó.

Asentí en silencio. Esperaba atenta la respuesta de Sidi.

—El destino no puede cambiarse, Alana. Lo que sea que te susurren los Dioses, pasará, por mucho que intentes cambiarlo.

—No... no puedo permitirlo.

—Puedes interferir si quieres, eso no hará que tu destino cambie.

—Puedo arreglarlo. Puedo lograr que esto salga bien para todos.

—También lo intenté, hija. Solo ha sido error tras error. No hay forma de detenerlo.

[#2] El deseo de un recuerdo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora