Capítulo 11: Los Hijos de Eiden

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Narra Lily Blair (la chica del prólogo):

 Hubo un tiempo, una parte de la historia donde se suponía que todos habitábamos en paz. 

No sabía muy bien cuántas civilizaciones vivieron antes que nosotros, pero si que todo comenzó mucho antes de la formación de los primeros imperios.  

Acostumbrábamos a vivir en comunidades pacíficas, nos encargábamos de recolectar nuestra propia comida, todo estaba lleno de bosques, árboles, riachuelos, era el estado mas puro de la naturaleza. 

Creíamos vivir todos como iguales, nos respetábamos y cuidábamos unos de otros. Compartíamos todo aquello que teníamos para sobrevivir, pero ya entonces comenzaban a infiltrarse una serie de conductas sociales que sin saberlo, acabarían formando la estructura piramidal jerárquica con la se fue corrompiendo la propia humanidad. 

En su momento no supimos ver los pequeños patrones que día a día iban aumentando más nuestras limitaciones, y coartando nuestra propia libertad. Comenzó de forma paulatina, haciéndonos ver cómo con los dolores menstruales no teníamos porqué ir a cazar, nos lo presentaban como algo beneficioso para nosotras, y así, poco a poco nos fueron relevando de ciertas tareas, haciéndonos creer que aquello era lo mejor para nosotras. 

Llegó un punto en el que nos hicieron completamente dependientes de ellos, de quienes demostraban tener mayor fuerza. Ésta demostración pasó a ser considerada poder, y pronto, el más fuerte acababa asumiendo el mando,  mediante la creencia generalizada de que era quien nos otorgaba seguridad. Los hombres se hicieron dependientes de los más fuertes, y a las mujeres nos convirtieron en figuras dependientes de los hombres privándonos de nuestra propia autosuficiencia. 

Para cuando yo nací, la situación no era tan extrema a la que degeneró siglos después. Aun a rasgos generales se nos veía como iguales, pero internamente, se nos comenzó a considerar como trofeos, especialmente para alguno de ellos. 

-¿Crees que puedas alcanzarme esa?- Preguntó Eve, la joven de cabello castaño con mechones más dorados tenía una completa obsesión con las manzanas rojas. Siempre salíamos juntas a pasear, era nuestro momento, y habitualmente hacía que nos detuviésemos en el mismo árbol para tomar las sabrosas manzanas que brotaban de él. 

- Está demasiado alta, tal vez sea mejor y te alzo y la tomas tú.- Respondí con una sonrisa, el simple contacto de mis manos en su cintura para elevarla era lo más grandioso que me podría pasar en el día. 

Aun disfrutábamos de nuestra ingenuidad, buscábamos nuestras miradas a cada instante, sonriéndonos nada más encontrarnos, y utilizábamos cualquier excusa para estar junto a la otra. 

En un principio ninguna comprendíamos qué nos estaba pasando, era como si la única persona que habitase en mi mente fuera ella, su simple contacto revoloteaba todo en mí creando un cosquilleo que se extendía hasta llenar de calor mi pecho. Su sonrisa era todo cuánto me importaba, tenía cada tramo de su rostro grabado en mi mente siendo la única persona en la que pensaba a cada momento del día. Cuando la tenía cerca disfrutaba de cada instante a su lado, y cuando no lo estaba pensaba en lo mucho que la anhelaba, en cómo me gustaría mostrarle algo que había descubierto, o en sí estaría a salvo. 

Envidiaba con toda mi alma a su esposo, a quien detestaba por cómo actuaba con ella, nunca me parecía que la tratara como merecía, y en más de una ocasión me encontré a mi misma imaginando lo feliz que sería si yo fuera él teniendo a la criatura más bella que había pisado la tierra como esposa. 

Una noche estábamos todos junto al fuego, recuerdo que todos escuchamos su grito, y quien llegó primero, se puso en medio del oso y se lo cargó pese a caer gravemente herida fui yo. El imbécil de su marido no hizo nada. 

El día que nos dimos nuestro primer beso se convirtió en el más feliz de mi vida, fue mi aliento para seguir  allí, y en nuestros paseos a solas se hizo costumbre explorar nuestros deseos y sentimientos. 

- Está buenísima, tienes que probarla.- Escuché su voz mientras aun envolvía con mis brazos su cintura, ella puso la manzana frente a mis labios y pegué un mordisco justo en la zona que ella había probado primero. 

- Sí lo está, pero imagino que de tus labios debe saber mil veces mejor.- Respondí con una sonrisa, robándole un dulce beso que poco a poco se fue transformando en uno de mayor intensidad. 

La ropa comenzó a desaparecer de nuestros cuerpo, y lo que jamás imaginé fue que en ese momento nuestras vidas cambiarían para siempre. 

Eiden, el marido de la castaña, venía acompañado de otros cinco más de la comunidad, eran los seis más fuertes, y más miserablemente asquerosos. 

Corriendo, tomé la mano del amor de mi vida, y corrimos, notamos sus pasos persiguiéndonos, supimos que nos habían descubierto, que aquél sería nuestro final. 

-  Tal vez sería mejor que me entregue.- Dijo la castaña.- él a mi no me hará daño. 

- Él no te ama Eve, te han visto sus amiguitos, lo último que hará será dejar pasar esto. - Respondí preocupándome porque no se detuviera. 

Jamás había sentido tanta adrenalina, me empeñé en seguir corriendo sosteniendo con fuerza su mano, y no me di cuenta de que una flecha ya le había atravesado. Cuando lo noté ya era demasiado tarde, su cuerpo cayó desprendido al suelo, la sangre brotaba por la zona de su pecho, y supe que ya no había nada, la sostuve entre mis brazos, sabiendo que si ella se iba yo misma lo haría junto a ella. 

- No me dejes, mi amor. Por favor, no puedes hacerme esto.- Supliqué con lágrimas en los ojos, mi voz sonaba desesperada, imploré a cada uno de las energías de la naturaleza, supliqué que entregaría mi alma a quien hiciese falta si pudiera volver a ver algún día sus bonitos ojos abrirse de nuevo para mí. 

Eiden llegó, acompañado por su séquito, y la sorpresa vino cuando al tratar de acercarse a dónde estábamos, mi propio cuerpo pareció ser poseído por una fuerza irracional, sentí como si en cierto modo me desmaterializara, y una estallido de fuerzas hizo que cayeran desprendidos hacía atrás. 

El marido de la que realmente siempre fue mi mujer me miró con rabia, mi propio cuerpo fue invadido por una especie de fuerza sobrenatural, que parecía repeler la de él. Siempre me explicaron que el surgimiento de algo siempre tenía su contrapeso, y en aquel momento nos dimos cuenta de que en eso nos convertimos él y yo. 

Nos convertimos en los fuerzas contrapuestas, dispuestos a todo por ver caer a los otros. 

Eve tenía dos hijos, uno fue poseído por la misma fuerza de su padre, que se extendió a lo largo de los siglos, y el otro cuando estuvo apunto de ser asesinado por su hermano cayó bajo mi protección. Y así, comenzó una batalla que se extendería a lo largo de los siglos. 

A nosotras nos llamarían brujas, y ellos, siempre fueron los Hijos de Eiden, cazadores de brujas y buscadores del poder. 

El cuerpo de mi querida Eve desapareció, nunca volví a saber nada ella, pero cada uno de sus recuerdos vivirían por siempre en mí hasta el final de los tiempos, en los que esperaba poder vencer. 

Siempre se habló de una lucha del mal contra el bien, cuando en realidad, ambos están destinados a vivir unidos. La verdadera batalla era de los que buscaban el poder a costa de avasallar a los demás, y de quiénes querían dejar de mantener a los ineptos en una jerarquización ilusionista que sólo los degradaba . Y, en el medio se encontraban aquellos que servían de ayuda a los poderosos, mediante la falta de voluntad en dar voz a los demás.   

Espero les haya gustado el capítulo, y tengan un mayor contexto de la historia.


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