Narra Sophie Marthen:
Ese tiempo había sido especialmente complicado para mí.
No poder ir a trabajar esas dos semanas había sido bastante duro. Amaba lo que hacía, y extrañaba a mis clientes.
Al principio, tomé miedo a dibujar, no me atrevía a sujetar nada que pudiese pintar. Y en cierta forma, con ello, estaba huyendo de una parte de mi propia yo.
Por suerte, ella nunca permitió que me sintiera sola, a cada momento había estado especialmente pendiente de mí, y pese a no tener ni idea de en qué consistía realmente mis habilidades, se pasaba leyendo montones de libros buscando la manera de que pudiese controlar mi propia habilidad. Fue su implicación y su excesiva confianza en mí lo que me llevó a volver a intentar dibujar, pero no lograba tener el control.
Algo que realmente me gustaba de la especial relación que habíamos creado entre nosotras, era que constantemente se preocupaba por cómo todo aquello me hacía sentir. La conexión que noté desde que la vi en aquella tienda de ropa parecía aumentar a niveles estratosféricos, y me sorprendía a mí misma pensando en lo mucho que me estaba comenzando a encantar aquella chica. Me gustaba escuchar su risa, ver cómo mordía con suavidad su lengua al sonreír, e incluso, me podría pasar horas contemplándola sin cansarme. Sin embargo, ella seguía siendo un completo misterio para mí, por lo que, realmente no entendía la profundidad a la que me transportaban mis sentimientos.
La mañana del jueves llegó, y Audrey me encontró rodeada de una montaña de manzanas rojas, frustrada por no haber sido capaz de que mi dibujo no llegase a traspasar el papel. Esa situación comenzaba a exasperarme, me moría por volver a ir a trabajar y así no podría. Nada más verme, la chica que llevaba su bonito cabello negro recogido en un moño se puso de rodillas frente a mí, atrapándome entre sus brazos, e inhalé el dulce aroma de su colonia apoyando mi mejilla en su hombro.
- Estoy aquí.- Susurró dejando una suave caricia en mi espalda y ayudando a ponerme de pie. - Hasta el momento nos hemos centrado en cómo limitar tu habilidad, pero igual, así solo estamos tratando de encerrar algo que debería ser liberado.- Explicó mirándome con sus bonitos ojos verdes.
- Pero yo quiero regresar al trabajo.- Insistí.
- Lo sé, pero muchas veces para tener el control sobre algo, primero has tenido que dejarlo ser libre. - Dijo tomando mi barbilla para que la mirase a los ojos, se llevó una de las manzanas a sus labios, mordiéndola sin dejar de mirarme, generando en mí un especie de calor en la que me imaginaba a mi misma siendo envuelta por esa apetecible carne de sus labios.- Tienes una habilidad impresionante Soph, primero deberías dejarla fluir, eres una creadora, deja que tu propio yo se libere, sólo así aprenderás sobre él.
Tenía sentido lo que decía, pero temía que todo tomase demasiado tiempo.
A partir de entonces, mi forma de aprendizaje cambió. Ella me contó una historia sobre brujas y cazadores de brujas llamados Hijos de Eiden que eran quienes nos atacaron. Se centró en darme clases defensivas, hizo que rememorase cada detalle de distintas armas para poder recrear su forma y que apareciesen en la realidad. Cada vez, me sentía más liberada dentro del propio dibujo, llegando incluso a disfrutar de alguna de las creaciones. De forma paulatina me vi moderando el número de duplicaciones que se generaban, era como si el papel me diese exactamente lo que necesitaba en cada momento arreglo la proporción que yo misma determinaba como necesaria.
Una tarde, mientras entrenábamos el teléfono de la pelinegra comenzó a sonar, la tranquilidad y confianza que solía mostrar su rostro fue transformada en un profundo desasosiego.
- ¿Estás bien?.- Cuestioné, ella me miró por unos segundos.
- Dos de las nuestras están en peligro.- Ella me había explicado que había más personas con poderes como nosotras, pero pese a mí insistencia nunca me había presentado a nadie más que al moreno mejor amigo suyo. - Tengo que irme.
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Llegar a ti
RomanceSophie Marthen creía conocer quién era, hasta que se cruzó con ella. Ninguna sabía cómo sus vidas cambiarían al encontrarse, lo que sí estaba claro, es que, siempre hallaban la manera de llegar a la otra para desordenarlo todo.