Capítulo 6.

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Día dos: Domingo.

Paintball.

Tom se veía distinto sin su gorra. Llevaba las rastas atadas y la careta puesta encima de la cabeza al igual que los demás. Bill se notaba incómodo con la vestimenta y hasta incluso parecía llevar mala cara, pero esta expresión cambió cuando tomó uno de los marcadores que el supervisor Brad nos estaba entregando. Sonreí sin poder evitarlo.

—Recuerden, eviten disparar a la cabeza. No se quiten la careta por ningún motivo y lo más importante... ¡Disfruten el juego! 

Los gritos eufóricos se dejaron escuchar, en esta ocasión sumándose tanto Tom como Bill, quienes alzaron sus armas. Parecían estar emocionados por el juego, quizás era el instinto competitivo que recién les había aparecido, pero claro, dudaba que algún punto me apareciera a mí. Es más, estaba segura. Hasta que se me cruzó el de rastas por delante. Solo se veían sus ojos detrás del protector de la careta, me miró como si supiera que me reventaría a bolas de pinturas, tan así, que sentí ganas de quitarle el seguro a mi marcador para hacerlo tragar balas de colores. Tom me recorrió nuevamente con la mirada, soltó una carcajada y caminó hacia el resto de su equipo que estaba en el otro extremo del bosque. Todos llevábamos pañuelos de nuestros respectivos colores en la parte superior del brazo.

—¡Eh, Georg! ¡Esa es mía! —gritó Tom sin pelos en la lengua, apuntándome con el marcador. El chico el cual Tom había mencionado me miró de reojo y solo soltó una risita antes de asentir. Par de idiotas.

—Ya quisi...

—Veamos qué tanto haces, Tom —me interrumpió Bill parándose delante de mí antes de bajarse la careta para cubrir su rostro. Sentí mariposas en el estómago y preferí guardar silencio. Era mil veces mejor ver la cara tonta del de rastas cada que su hermano me defendía.

—Esperemos que no se te rompa una uña, hermano —le respondió Tom, finalmente alejándose con aquel tipo llamado Georg hacia el resto de sus compañeros. El juego casi comenzaba.

Bill se volteó a verme con una expresión ansiosa, todo lo contrario a la que esperaba ver, me tomó por los costados como si quisiera sacudirme despacito y sonrió.

—Tenemos que reventar a ese par de idiotas ¿Qué dices?

—Pero apestamos —respondí medio riendo, la impaciencia del pelinegro me daba gracia. Bill rodó los ojos y me sacudió otra vez.

—Olvidemos eso por un minuto. No podemos dejar que ese presumido nos gane ¿no? —ahora fui yo quién rodé los ojos, pero de todos modos terminé asintiendo.

—Vamos a reventarlos.

(...)

—¿¡Listos?! ¡Comiencen! 

Pareció haberse armado el caos después de oír aquellas palabras del supervisor Bred. 

El ruido de los disparos, los gritos chillones de las chicas y las risas de victoria de los chicos se hicieron presente en apenas los primeros cinco minutos del juego. Corrí rápidamente cerca de Fio, lanzándome de rodillas junto a una pila de neumáticos para cubrirme al darme cuenta de que frente a nosotras habían dos del azul.

—¡Tenemos dos por delante, Fio! —grité un tanto asustada. No iba a negar que la adrenalina había aparecido, que las manos me temblaban y el corazón me latía rápido cada vez que escuchaba un impacto de bala de pintura, rogando porque este no terminara en parte de mi cuerpo. No quería perder tan rápido. 

Había perdido a Bill de vista, pero pude jurar que cuando me asomé por un costado de los neumáticos, vi a Liz tras de los dos que nos disparaban.

—Están fuera, par de bastardos —se oyó la voz de la pelirroja seguido de los disparos, haciendo que Fiorella y yo nos levantáramos rápido y celebráramos al ver a dos chicos del azul con impactos de pintura en su chaleco de seguridad, justo en el centro.

𝙰́𝙲𝙸𝙳𝙾 (+18) 𝗧𝗼𝗺 𝗞𝗮𝘂𝗹𝗶𝘁𝘇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora