Capítulo 11.

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Día diez: Lunes.

La situación era un tanto complicado, yo lo sabía. Acababa de discutir con mis únicas amigas en el campamento por culpa de un tarado que jamás cambiaría. ¿Qué clase de comentario había sido ese? 

''Sé que podría tenerte a ti también''.

Me retorcí en la cama de solo pensarlo, cubriéndome la cabeza con la almohada. 

No quería salir, no quería ver a Liz, ni a Fiorella, ni a Bill, ni a Gustav, ni a Georg, ni a los supervisores, ni a ninguna puta persona del campamento. Quería empacar mis cosas, decirles que se fueran al carajo y solamente escapar a mi casa donde todo parecía ser más tranquilo. Donde no tenía amigos ni conocidos que me hicieran sentir así.

De pronto, recuerdos del lago y la casa de la bruja aparecieron. De las risas, las bromas, las carcajadas que soltamos. Los juegos con Tom, con Bill y con los demás...

Jamás había tenido algo como eso. Nunca había logrado llevarme bien con chicos de mi edad y ahora que creía haberlo logrado, todo poco a poco se estaba yendo a la mierda.

Me levanté rápido de la cama para ir al baño, mirándome en el espejo y sintiendo algo de lástima al ver mi rostro demacrado por haber estado llorando. Me lavé la cara con paciencia, tratando de pensar en lo que haría, en cómo seguiría adelante en ese maldito campamento en el cuál aún debía permanecer por poco menos de cinco semanas más.

Golpecitos en la puerta principal me sacaron de mis pensamientos, pero estaba demasiado cansada como para seguir discutiendo. Salí del baño para ir directo hasta la puerta de la cabaña donde abrí despacio, topándome con la imagen un tanto nerviosa de Bill. Era extraño que a estas alturas ya fuéramos tan cercanos, pero no iba a negar que me agradaba. 

—Supe lo de la discusión —empezó hablando él, pero no pude resistir el llanto y simplemente me eché a llorar buscando sus brazos.

Bill no dudó un segundo en corresponderme, rodeándome con delicadeza mientras apoyaba su mentón en mi cabeza, tratando de mantenerme cerca mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas.

—Estoy cansada de ser siempre la mala —susurré tratando de calmarme, odiaba llorar y más frente a alguien.

Bill notó que comencé a incomodarme cuando me sequé las lágrimas rápido y debido a esto, me empujó suavemente por los brazos hacia el interior de la cabaña para cerrar tras de él, volviendo a abrazarme con tanta calidez, que sin pensarlo aferré mis manos a su camiseta negra, jalándolo más cerca de mí. Me estaba permitiendo ser vulnerable ante él.

— Tranquila... puedes desahogarte conmigo —murmuró deslizando lentamente sus delicadas manos por mi espalda, recorriéndola de arriba a abajo.

Me provocó un escalofríos que me obligó a verlo hacia arriba con los ojos llorosos, el llanto había cesado de pronto.

El pelinegro miró mis ojos y tragó saliva, estábamos tan cerca que podía sentir su respiración cerca de mi boca. Aquello no hizo más que ruborizarme.

No fui lo suficientemente valiente y bajé la mirada, volviendo a apoyarme en su pecho para ocultarme entre sus brazos, como si fuera una niña pequeña.

—Detesto a tu hermano —confesé sin mirarlo y no oí respuestas de su parte, claro, Bill amaba a Tom con todo su maldito corazón y yo tirándole mierda cada que hablamos. Me mordí el labio para no seguir hablando porquería.

—¿Estás un poco mejor? —me preguntó con voz suave, subiendo una de sus manos hasta mi cabello para peinarlo con sus dedos mientras seguíamos allí, abrazados en el centro de la habitación de chicas. Asentí sorbiendo, separándome finalmente para poder mirarlo a los ojos. Él llevaba esa sonrisa amable de siempre, aquella que parecía reconfortarte solo con verla por un par de segundos. No me cansaba de decir que dejando de lado su aspecto, Bill era como un ángel. 

𝙰́𝙲𝙸𝙳𝙾 (+18) 𝗧𝗼𝗺 𝗞𝗮𝘂𝗹𝗶𝘁𝘇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora