🪷 𝕸𝖎 𝖘𝖚𝖊𝖗𝖙𝖊 🪷

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Aquella mañana Rusia había despertado temprano, como siempre. Y como siempre, el mexicano había despertado aún más temprano que él. Escuchaba su música en el piso de abajo. El euroasiatico se sentó sobre la orilla de su cama estirandose y bostezando para despertarse. Se talló los ojos y observo su cuerpo, esperando como que por arte de magia este volviera a la normalidad.

Últimamente se había puesto a pensar cómo extrañaba su cuerpo, no podía cargar cosas con la misma fuerza que antes. La gente lo veía como damisela en apuros y siempre acudian a ayudarle. Extrañaba también esos centímetros extra de su cuerpo original, aunque seguía siendo más alto que muchos otros países, como México. También odiaba el tiempo extra de cuidado que le pedía su cuerpo, era torpe arreglándose.

Escuchaba nuevamente su teléfono sonando, Bielorrusia le marcaba todas las mañanas sin recibir respuesta alguna. Rusia evitaba contestarle, evitaba tomar su teléfono a cualquier costa. No volvería a la vista pública hasta descubrir cómo demonios podía romper está maldición.

—¡A desayunar! —gritaba el mexicano desde el piso de abajo.

No le quedaba de otra, tendría que bajar. Terminó de arreglarse, portando una camisa negra y pantalones verde militar. También tenía puestas un par de botas te nieve. Desenredo su cabello lacio y se colocó sobre la cabeza una de las diademas que le había regalado Chile. Salió de la habitación y bajó al comedor.

—Buenos días, princesa —le había costado aceptarlo, pero ya no le molestaba que México le dijera así, después de todo, su nombre coincidía con el de su princesa desaparecida.

—Доброе утро Мексика (Buenos días, México)

—Te preparé el desayuno. Sé que acostumbras a desayunar platillos de tu país, pero quise hacerte de comer algo nuevo —México apareció cruzando la puerta de la cocina con dos platos en sus manos—. Tuve que rebajarle mucho el chile pa' que aguantes, mija.

Traía puesto un mandil rosa con manchas de salsa sobre su pijama. Rusia soltó una risita al verlo así. México le puso un plato de chilaquiles frente a él.

—Bon apettit —le regaló una sonrisa—. Espero que te guste la cocina mexicana, los preparé yo mismo.

—Спасибо (Gracias) —analisó el plato con cuidado, había visto a México desayunar eso antes, pero realmente no sabía de qué se trataba.

—Adelante, no muerde —el contrario ya se encontraba desayunando.

Tomó su tenedor juntando algunos pedazos de tortillas. Seguía analizando el platillo curioso. Las llevó a su boca probando su delicioso sabor. Inmediatamente lo disfrutó, tomó más pedazos con su tenedor y volvió a probar bocado. México estaba orgulloso de sí mismo.

Quierro desayunar esto de nuevo —Rusia tomó de su taza de café de olla de barro, también pareció gustarle—. También esto.

—Se llaman chilaquiles, princesa —México le ponía azúcar al café—. Y por supuesto que puedo prepararte otros, y también otros desayunos. Sé hacer huevos rancheros, hot cakes, tacos de canasta... ¡Vayamos a comer! Te invito a que vayamos a un restaurante de pozole está tarde, ¿sí o quesos?

—¿Quesos?

—Je, qué si irías.

—Да (Si)

—Awebo, te va a encantar el lugar. Yo mismo te llevo en mi bochito —observó nuevamente la altura de su acompañante—. Quizás mejor te llevo en un carro normal, no quiero que te vayas incómoda.

—Ха-ха, de acuerdo.

México amaba la compañía de Rusia, y a este no le molestaba la amistad del mexicano. Sería la primera ves que el ruso tendría una cita con alguien en mucho tiempo. Se cuestionaba si estaba bien aceptar la invitación del mexicano, pero después pensaba que estaría bien, después de todo ahora era una mujer, se vería muy mal si fuera un hombre. Al menos esa era su creencia.

Женщины (RusMex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora