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Durante el curso, Verónica solía venir a menudo a comer a casa. Sus padres tampoco estaban al mediodía y, como era incapaz siquiera de hacerse un huevo frito, prefería almorzar conmigo. A mi siempre me ha encantado cocinar y a ella le entusiasmaban mis platos, sobre todo la lasaña, aunque tampoco le ponía problema a las albóndigas, las costillas y la pasta.

A pesar de su delgadez, comía como una fiera. Siempre estaba picando algo: patatas fritas, galletas, algún snack de chocolate... Y no engordaba. Su otra afición era fumar y mi madre odiaba el olor a tabaco. Tenía prohibido terminantemente hacerlo en casa. Tal vez esa aversión venía porque mi padre estaba enganchado a la nicotina y quería borrar cualquier rastro de él en su vida.

Así que, dado que Vero fumaba igual que comía, como si la vida le fuera en ello, siempre preparábamos algo en la cocina y lo subíamos a la terraza de mi cuarto.

–Cada día cocinas mejor -dijo Vero pasándose la mano por el estómago. Se había zampado dos tazas de gazpacho y siete albóndigas, así que no era de extrañar que tuviera sensación de estar a punto de estallar.

–Gracias. Pero si explotas, que conste que no es culpa mía.

–Apártate un poco, no vaya a ser...

Sonrío mientras se quitaba la camiseta y se acomodaba en la tumbona para aprovechar los últimos rayos del sol. El verano se estaba alargando más de lo habitual, ya que estábamos a 20 de septiembre y el calor seguía apretando fuerte.

–Bea está preocupada -dijo sin mirarme. Tenía los ojos cerrados para evitar que la luz la deslumbrara.

–¿Por qué? -yo también me había tirado junto a ella en otra tumbona.

–Por Jacob. Dice que le nota raro.

–No me ha dicho nada... ¿Tú crees que se habrá dado cuenta? A lo mejor él le ha comentado lo que pasó... -aventuré angustiada.

–Seguro, es lo más lógico, "Bea, cariño, ¿sabes que me he intentado meter con Camila?" -soltó con un tono burlón-. No, no te preocupes. Me lo habría dicho.

–¿Y por qué no me lo ha contado a mi? Siempre ha tenido más confianza conmigo que contigo, ¿no? ¿A qué viene que ahora no me cuenta nada?

–Porque también está preocupada por ti. Dice que te siente lejos y no sabe si es que ha hecho algo que te haya molestado.

Vero guardó silencio después. Supongo que intuía la punzada que había sentido al oír aquello. Yo era la traidora y Bea, sin embargo, era la que se preguntaba si habría hecho algo mal.

–No te angusties -continuó-. Es normal que no te sienta tan cerca como siempre. Al fin y al cabo, desde que volviste de las vacaciones has mantenido cierta distancia, ¿no? Pero ahora que le has dejado claro al idiota ese que no vas a tener nada con él, conseguirás relajarte y las cosas volverán a su la normalidad.

Sí, había intentado dejárselo claro, pero no estaba segura de haberlo conseguido. No podía quitarme de la cabeza las imágenes y sensaciones que había vivido los días que pasamos en el pueblo de Bea.

Al principio, todo había marchado bien. Jacob ya estaba allí con algunos amigos de la facultad y no me prestaba mucha atención. Me trataba como a una colega más. Pero Austin, uno de sus compañeros (el más interesante en opinión de Vero, que ya había clasificado a todos), comenzó a tirarme los perros. Lo hacía de forma sutil: siempre se las arreglaba para que yo terminara subiendo y bajando al pueblo en su coche, me invitaba alguna copa que otra, bromeaba mientras bailábamos... A mi no me molestaba. Al contrario, le consideraba un chico encantador y muy divertido. De hecho, de no haber tenido esa especie de candado que parecía encarcelar mi corazón, tal vez me habría lanzado con él.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora