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El sonido del despertador me taladró el cerebro. Tenía que cambiar esa chicharra insoportable que hacía que me levantara de muy mal humor. No había dormido bien y tenía sueño. Mi primer pensamiento nada más despertarme fue para Jacob. Lamentaba profundamente que lo nuestro no pudiera ser, pero me sentía relajada por haber aclarado al por fin las cosas.

Otro pensamiento más alegre eclipsó a Jacob: si todo iba bien, a lo mejor el doctor me daba al fin permiso para plantar el pie y podría empezar a hacer una vida un poco más normal. Aunque estaba nublado, el día se me presentaba de lo más luminoso.

No me había incorporado del todo cuando Lauren irrumpió en la habitación.

–¡Qué susto me has dado! ¿Qué haces aquí tan temprano? Mi madre está en casa.

Tenía que empezar a plantearme seriamente la posibilidad de cambiar mi vestuario nocturno. Para mi vergüenza, Lauren me había visto con todo y cada uno de mis pijamas, incluso con los de franela y los que tenían algún que otro agujero. Tampoco consistía en dormir con camisones elegantes, claro está; pero si iba a seguir apareciendo por mi habitación sin avisar, tal vez debería llevar algo un poco más "maduro". Seguro que los pijamas de Keana no eran como los míos, si es que usaba de eso.

–Perdona. Oí tu espantoso despertador y pensé que era la hora de todos los días...

–No. Tengo médico -volví a susurrar.

–Creí que era por la tarde.

La voz de mi madre proveniente de la planta de abajo nos interrumpió.

–¡Mija! ¿Necesitas ayuda? Mira que no podemos llegar tarde. Te voy preparando el desayuno.

–¡Estoy bien, mamá! ¡Dame cinco minutos! -grité y me volví a dirigir a Lauren-. Tienes que largarte. Va a venir en cualquier momento para ayudarme a bajar las escaleras.

–Tranquila, que ya me voy.

Caminó hacia la terraza.

–¡Eh! Espera, toma eso, que es para ti.

Le señalé el paquete envuelto en papel regalo que mi madre había dejado para ella. Me miró intrigada.

–Te lo compró mi madre el otro día. Es para agradecerte... lo que hiciste por mi.

Lo abrió con sumo cuidado y sonrió.

–A lo mejor ya los tienes. Recordé que tenías muchas ganas de ver Alta fidelidad y pensé que tal vez el libro te gustaría. El otro, el de 31 canciones de Nick Hornby, se lo recomendó el librero... Si no te gusta, el ticket está dentro.

Se mantuvo en silencio al tiempo que miraba los libros como si se trataran de algún objeto no identificado. Se acercó y se sentó a los pies de la cama. Sin levantar la cabeza dijo:

–Gracias.

No mostraba mucho entusiasmo. ¿Le habría gustado?

–De verdad que puedes cambiarlo por cualquier otra cosa. Es que no tenía ni idea de qué podrías querer...

–No, no, está genial, pero no tenías que... En fin, gracias -igual que mi padre. Le costaba mostrar el más mínimo sentimiento.

–Dale las gracias a mi ma...

No pude terminar la frase porque ya había desaparecido y, menos mal, porque un segundo después, mi madre irrumpía en el cuarto.

–¿Todavía estás así? ¡Y la puerta de la terraza medio abierta! Anda, que te ayudo a vestirte o vas a coger una pulmonía y encima vamos a llegar tarde.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora