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Al día siguiente, solo tuve la visita de mi padre. No estuvo mucho rato, aunque conversamos más de lo habitual. Tras el accidente, quería acercarse a mí; o, al menos, eso es lo que creí entender de su errático discurso, ya que siempre ha sido un hombre de pocas palabras, con una seria dificultar para mostrar sus sentimientos. Después de intentar expresar torpemente lo importante que yo era para él, quedamos en que, cuando estuviera recuperada, me iría unos días a su casa.

Entre sus líos de trabajo y los roces con mi madre, no le veía demasiado y la verdad es que le echaba de menos. Eduardo siempre se portaba muy bien conmigo y se esforzaba en caerme bien. De hecho, me consentía mucho más que mi padre; pero, aunque una persona pueda hacer las funciones de otra en un momento dado, lo que está claro es que nunca puede ocupar su lugar. Bien pensado, es bueno saber que las personas somos únicas e insustituibles.

Aproveché para ponerme al día con las asignaturas y estudiar un poco, aunque no tenía muchas ganas. Por la noche, me enganché durante un buen rato a Twitter siguiendo un hashtag bastante divertido, hasta que el sueño me rindió.

Por la mañana, me despertaron unos golpecitos en el cristal. Era Lauren. Tardé en despertarme y llegar a abrirle. ¿Cuándo lograría hacerme con las muletas?

Le abrí sin poder reprimir un bostezo.

–Creo que te he despertado...

–Te lo confirmo: me has despertado.

Parecía nerviosa. No dejaba de restregarse las manos por los vaqueros.

–Mira, necesito un favor -dijo clavando en mí una mirada suplicante. Sus ojos volvían a ser transparentes, incluso dulces-. Tengo que salir rápidamente de casa y quisiera que me guardaras una cosa...

Me froté los ojos en un intento de disipar la neblina que los empañaba. A pesar del frío que colaba por la puerta abierta, Lauren llevaba una camiseta de manga corta que dejaba ver el tatuaje. Aquellas serpientes enroscadas tenían algo hipnótico que atraía mi mirada.

–¿Qué cosa? -no quería guardar nada "ilegal" en mi habitación. Supongo que ella adivinó lo que pensaba, porque se apresuró a decir:

–No pienses mal. Son solo... unos papeles de trabajo. Unas cosillas que estoy haciendo y que necesito dejarte...

Todo aquello me parecía muy extraño, pero ¿qué no lo era en mi vecina? Sin embargo, no veía por qué razón no iba a hacerle ese favor, y más cuando parecía tan apurada.

–Claro. No hay problema. ¿No tienes tiempo ni siquiera para un café?

–¿Qué hora es? -la verdad es que para tener siempre tanta prisa no le hubiera venido mal un reloj.

–Las ocho y media -respondí contrariada después de mirar el despertador de mi mesilla. Era muy pronto. El día se me iba a hacer eterno.

–Dame un minuto, que cruzo a mi casa por unas cosas.

–Ok. Dejo abierto, que tengo que ir al baño a... lavarme los ojos.

Cuando me vi en el espejo, casi me caigo al suelo. Tenía el pelo totalmente enmarañado, y encima se me había quedado marcado en la cara un doblez de la almohada. ¡Vaya pinta! No es que Lauren me importara, pero con esa facha no debería verme nunca nadie. Menos mal que, por lo menos, llevaba uno de los pijamas sueltos, de esos que se abotonan y parecen de chico, no quería tener algo muy ajustado o pegado con ella cerca. No tenía mucho solución, pero bueno, lo peor ya lo había visto.

Al salir del baño, resbalé con las muletas y casi me caigo. Por suerte, Lauren ya había vuelto y se lanzó a sujetarme. Se había puesto una chaqueta de manga larga con la que tapaba los tatuajes. Me pregunté qué pensaría la Miss de ellos, si le gustarían o si Lauren se los cubriría por ella.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora