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Aquella noche dormí mal. Me desperté varias veces creyendo oír ruidos al otro lado de la pared; pero, cuando prestaba atención, no conseguía escuchar nada. Además, después de haber pasado el día de un lado a otro, me dolía bastante la pierna.

Cuando el despertador sonó por la mañana, de no haber quedado con Lauren, lo habría apagado sin el menor remordimiento y habría seguido en la cama. La ducha me desperezó un poco, lo suficiente para caer en la cuenta de que, con todo lo ocurrido la tarde anterior, había olvidado hacer los problemas de Matemáticas y Física y los análisis de la Miss.

Aún quedaba un rato para que apareciera Lauren. Era muy puntual. Intenté aprovechar el retraso para adelantar algo de Lengua, pero enseguida lo di por imposible: había que encontrar el complemento predicativo en una serie de oraciones y no sabía por dónde empezar.

Cuando por fin se presentó, era evidente que tampoco había pasado una buena noche. Las ojeras le llagaban casi hasta la mitad de la cara y tenía los ojos rojos e hinchados.

No hablamos mucho en el trayecto. Sin embargo, tuve la sensación de que se mostraba más cercana, como si se hubiera quitado una de las múltiples capas que formaban la coraza con la que se protegía del mundo. Tal vez, como decía Lucero, fuera su lenguaje corporal; o a lo mejor era solo el sueño, que le impedía tener a punto todos los mecanismos de defensa; o quizás fueran imaginaciones mías y simplemente se debía a que el día soleado me infundía buena vibra.

Cuando después de tres horas por fin sonó el timbre que anunciaba el recreo, Bea y Vero me esperaban en la puerta. Salimos fuera para aprovechar los rayos del sol.

–¿Y Shawn? -me extrañaba no verlo junto a Bea, como era habitual.

–Está enfermo -respondió Bea-. Y no me extraña. ¿Tú crees que puede ir solo con jersey, con el frío que hace?

–Miren -dijo Vero, ignorando a Bea y extendiendo un papel arrugado sobre sus vaqueros.

–¿Qué es esto? -pregunté mientras daba un sorbo al café que mis maravillosas amigas me habían pedido en la cafetería.

–Es una nota que el chico este, Luis o como se llame, le ha dejado a Lauren. La muy ruda ha hecho una pajita con ella y la ha tirado a la basura.

–Y por supuesto tú las has recogido de la basura, ¿verdad? -el grado de chismeo de Vero empezaba a ser preocupante.

–¿Qué problema hay con eso? Lo de la basura no tiene dueño, ¿no? Además, le hago un favor al medioambiente, porque no la había echado a reciclar.

–Bueno, ¿y qué pone? -intenté leerla.

–¡Ah, no! -la ocultó detrás de su espalda-. ¿No dices que te parece mal?

–¡Anda ya! Déjame verla.

El mensaje era bastante insulso, la verdad. Solo decía que necesitaba hablar con ella y que la esperara a la salida de clase.

–Desde luego, esta chica desata pasiones -exclamó Bea asombrada. Vero y yo nos miramos incrédulas: si alguien recibía notas, mensajes y cartas con declaraciones de amor, esa era Bea.

–¿No estarán hablando de mi? -dijo Kristen con una gran sonrisa asomando su cabeza-. ¿Qué pasó ayer? -continuó dirigiéndose a Vero.

–Mi padre, se le dio por cortar el Wi-Fi.

–Pues tenemos una conversación pendiente. ¿A qué hora sales hoy?

–A las dos y veinte. No tenemos clase a última.

–Yo tampoco. ¿Comemos juntas? Podemos ir al McDonald's y nos vamos a mi casa. Mis viejos no vienen hasta tarde.

–Okey -dijo Vero.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora