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Los siguientes días pasaron rápido. Tenía que estudiar, pero las horas no me cundían igual que antes porque me distraía en cualquier momento. Tenía una continua sensación de ensimismamiento que, como no me centrara pronto, iba a hacer que mis notas bajaran. Por si fuera poco, decidí también retomar las clases de la autoescuela para intentar sacarme el carné antes del verano. Pensé que me iba a costar menos después de tener el carné de moto, pero no terminaba de acostumbrarme a la poca maniobrabilidad del coche.

Aunque hablábamos todos los días, a Vero casi no la veía. En los descansos del instituto ella solía estar con Bea y yo lo entendía. Ahora necesitaba todo el poyo que pudieran darle y yo trataba de no coincidir para no crear conflictos  innecesarios. Los dines de semana, Vero quedaba con Kristen y, algunas veces, también con Bea y Shawn. Con su insistencia casamentera, estaba propiciando encuentros entre ellos y parecía que la cosa no marchaba del todo mal.

Y, cómo no, estaba Lauren. Su irrupción me había puesto de cabeza y ahora mi vida era como una montaña rusa. Aunque la tarde del cine había estado cariñosísima, otra vez pasó algún tiempo hasta que no tuve noticias suyas. Había dejado el orgullo a un lado y ahora era yo quien le escribía, pero la mayoría de las veces tardaba en responderme. Es verdad que, cuando salíamos, lo pasábamos muy bien. Se le veía agusto y me besaba con tanta pasión que se me disipaban todas las dudas. Me encantaba estar entre sus brazos y notar sus labios, pero quería más. Necesitaba saber qué éramos o, más bien, qué era yo para ella. Además, desde nuestra maravillosa primera noche, por diversas razones, había sido imposible encontrar una nueva oportunidad de estar a solas con tiempo suficiente. Entre el estrecho cerco de mi madre, las clases, los deberes, sus ensayos y que ella tuvo que instalarse en casa de Keana porque su abuelo había venido a pasar unos cuantos días, lo que acrecentó aún más mi inseguridad, empezaba a temerme que nunca más la volviera a ver desnuda. Y aunque alguna vez, besándonos en el coche, la cosa casi se nos va de las manos, la idea no me seducía lo más mínimo.

–Mila, ¿qué vas a hacer el fin de semana? -me preguntó mi madre sacándome de mis pensamientos.

–No lo sé.

–¿No dijo Verónica el otro día que estaba preparando una fiesta sorpresa para el cumpleaños de Bea? ¿No es hoy?

–Sí, mamá, hoy es el cumpleaños y mañana es la fiesta, pero yo no puedo ir.

–Mija, así no pueden estar. Sea lo que sea, lo tienen que arreglar algún día. ¡Se conocen desde que eran unas bebés! No creo que se hayan hecho algo tan grave como para que no se dirijan la palabra de por vida.

Me entristeció su comentario. Tenía razón. ¿Iba a permitir que un chico se cargara nuestra amistad? Al fin y al cabo, ambas éramos daños colaterales y eso debía unirnos.

Lo que ocurría es que poco más podía hacer. Pensé que con el tiempo se le pasaría, pero quizá, lo que a mí me estaba pareciendo una eternidad, para ella no era suficiente. La echaba mucho de menos.

Decidí armarme de valor y hacer un último intento aprovechando que iba al ensayo, y le compré una bonita camiseta y un perro de peluche que llevaba un cartel al cuello que decía: "¿Quieres ser mi amigo?". Luego, fui a la pastelería y le dejé el paquete a su madre. Si no me perdonaba, al menos quería que supiera que me importaba y que me acordaba de ella en su cumpleaños. Emprendí el camino de regreso a casa. No había terminado de girar la esquina de su calle cuando noté que alguien me tocaba el brazo. Me di la vuelta.

–¡Bea!

Ella me dedicó una media sonrisa. Tenía en una de sus manos el muñeco.

–Gracias.

–De nada, es una tontería. Feliz cumpleaños -casi no me salía la voz.

–Me gustó... Y la camiseta también.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora