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Fue un verdadero alivio terminar los últimos exámenes. Me había constado horrores hacer que Lauren estudiara, porque siempre intentaba poner cualquier excusa, como que tenía que componer, que estaba muy intrigada con algún libro y no podía dejar de leer o que le dolía muchísimo algún músculo desconocido y necesitaba un masaje urgente. A veces era difícil mantener las manos alejadas de su cuerpo. Yo, contra todo pronóstico, no estaba nada nerviosa. Solo quería quitarme el trámite del examen cuanto antes.

Tal vez no sería exacto decir que ella había cambiado completamente, pero esa hermética coraza que antes no dejaba ver al ser afectivo y tierno casi había desaparecido. Se sentía tranquila y cómoda, como si hubiera vuelto a encajar en la vida. Mucho tenía que ver el hecho de haberse librado de la continua amenaza que suponía su abuelo. Desde que ya no era su tutor, no había vuelto a aparecer por allí. De hecho, ya no podía hacerlo si no era con invitación, ya que la casa era de Lauren al haber heredado la propiedad después de morir su madre.

Por otra parte, Rubén se recuperaba a toda velocidad. Cada día se hacía evidente que, de haberlas, las secuelas serían mínimas y podría desempeñar una vida normal.

Y estaba el dinero. Lauren cambiaba sus planes con la misma frecuencia con la que pestañeaba: unas veces pensaba en recorrer el mundo; otras, en reformar la casa y crear allí un estudio de grabación; otras, en comprar una isla desierta para ella y para mí... Bueno, en realidad, esa había sido una propuesta mía, pero la había acogido con mucho entusiasmo.

La vida nos estaba regalando uno de esos momentos dulces y la felicidad se mascaba en el ambiente. Todo era perfecto: tenía las mejores amigas del mundo, la mejor familia del mundo y la mejor novia del mundo. ¿Qué más podía pedir?

Lauren llevaba mucho tiempo preparando un fin de semana solas en el chalé de su tío. La idea de tenerla dos días en sólo para mí me parecía un sueño. Es verdad que pasábamos mucho tiempo juntas, pero siempre tenía que estar pendiente de mi madre. Ahora podría dormir toda la noche en sus brazos y despertarme con ella sin miedo a que nadie nos molestara. Sería una preciosa despedida antes de marcharme a Londres.

Quería hacerle un regalo, algo que le gustara de veras y que le recordara a mí en el tiempo que iba a estar fuera. Por muchas vueltas que le daba, no se me ocurría nada, hasta que caí en la caja de música que aún guardaba en mi cajón. Estaba segura de que le encantaría tenerla arreglada. Sería el momento perfecto para dársela. Se lo comenté a mi tía, ya que, entre sus extraños amigos, le había oído hablar alguna vez de un anticuario que arreglaba mecanismos de relojes de cuerda.

***********

Lucero me hizo una llamada perdida para avisarme de que me esperaba en la calle. Bajé tan aprisa que tropecé con la maleta a medio hacer. Era enorme y no había metido ni la cuarta parte de lo que creía que iba a necesitar en Londres. Tenía que replantearme la lista cuanto antes y descartar muchas de las cosas que consideraba "indispensables"

–Hola, cariño -me dio un beso-. ¿Cómo estás?

–¡Muy bien!

–¿Segura? -me miró de arriba abajo con recelo.

–Sí, ¿por?

–Estoy un poco preocupada. Tu orquídea estaba preciosa y esta mañana ha empezado a perder las flores.

–Será por el calor, tía. Estoy mejor que nunca, te lo aseguro -no tenía de qué preocuparse. En mi vida me había sentido con tanta fuerza y vitalidad.

Su gesto de reticencia se convirtió en una gran sonrisa, como si hubiera leído en mi interior y hubiera podido observar el estado de emoción que sentía.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora