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Era viernes y había terminado la primera tanda de los finales. Solo me quedaba Física y Matemáticas, pero no tenía ningunas ganas de ponerme a estudiar. Además, Shawn me había invitado al ensayo. Después de perderme el concierto, me gustaría muchísimo oírlos tocar.

Aún quedaba algo de tiempo, así que decidí poner música y hacerme las uñas. Estaba concentrada en no pintarme los nudillos (con mi torpeza habitual, siempre me salgo y tengo que arreglarlo con un bastoncito), cuando Lauren entró por la puerta de la terraza, atravesando las cortinas.

–¡Qué susto me has dado! -acerté a decir dando un salto.

–Perdona, es que estaba dando golpecitos en el cristal pero no me oías... No te molesto, que veo que estás ocupada. Solo venía a avisarte de que no hay ensayo. A Shawn le ha surgido no sé qué. Te ha llamado varias veces, pero no le contestas el teléfono.

Comprobé que, efectivamente, se me había olvidado activar el sonido del celular después de clase. Al verme reflejada en el espejo, me di cuenta de la imagen que se estaba mostrando: sentada en la cama, el pelo todo enmarañado, los pies apoyados en una silla y esas ridículas esponjitas de colores para separar los dedos. Genial, Camila.

–No estoy ocupada -respondí mientras me quitaba con la mayor velocidad aquellas cosas de mis pies. Otra vez me había quedado sin plan para el viernes. Bea trabajaba en la tienda y Vero se iba con Kristen a no sé qué asamblea ecologista.

El celular de Lauren comenzó a sonar. La sintonía de su teléfono era un solo de percusión alucinante.

–Lo que suena es Shawn en la batería -sonrío al ver mi cara de asombro-. ¿Ves como hay vida más allá de James Blunt o Ed Sheeran?

No salió de la habitación, pero hablaba tan bajito que no podía escuchar nada de lo que decía. Aproveché para recoger los esmaltes y todos los bártulos de la pedicura y me calcé.

–Era mi tío Rubén -se sentó en el borde de la cama-. Quiere que vaya a su casa. ¡Qué pereza!

–¿Dónde vive?

–En el centro de la ciudad -resopló.

–No vayas -sugerí. Ojalá se quedara. La posibilidad de pasar la tarde de viernes sola con ella se me hacía de lo más tentador.

–Tengo que hacerlo. Parece importante...

Nos quedamos en silencio. ¿Estaría esperando a que dijera que la acompañaba? Lo llevaba claro si pensaba que iba a autoinvitarme a casa de su tío. Me entretuve mirando el celular para no responder.

–Si no tienes nada que hacer -dijo por fin-, ¿por qué no me acompañas?

–¿A casa de tu tío? -intenté simular extrañeza, aunque en realidad estaba más feliz que nada.

–No pasa nada -se encogió de hombros-. Solo será un momento.

–Vale, te acompaño -sabía que no tenía sentido estar tan contenta, porque ni mucho menos era lo que se dice "un súper plan", pero no podía evitarlo.

Tras pasar casi veinte minutos dando vueltas por el centro, logramos aparcar cerca de la plaza. Siempre me llamaba la atención lo animadísimo del barrio, daba igual el momento en el que fueras. Además, me encantaban las tiendas. Lauren caminaba unos pasos adelante de mí y, mientras bajábamos por una calle, estuve a punto de perderla entre la gente por parar a ver los escaparates de zapatos. ¡Había algunos tan bonitos! Pero me di cuenta de que mirar zapatos o cosas así no entraba en sus planes. Me acordé de cuando mi madre se empeñaba en que mi padre la acompañara de compras y acababan discutiendo y él esperando en el coche. Definitivamente, ni mi padre ni Lauren estaban diseñados para este tipo de actividades.

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora