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La rutina se fue asentando en nuestras vidas con tanta rapidez que, a pesar de que solo estábamos a finales de septiembre y llevábamos poco más de una semana de clases, parecía que hubiera pasado una eternidad desde las vacaciones de verano. Los profesores se habían tomado muy en serio lo de las pruebas de acceso a la universidad y, desde el segundo día, nos mandaban una gran cantidad de tareas para casa: problemas de Matemáticas, de Física, de Dibujo, oraciones para analizar... No daba abasto. Todos los días tenía que echar pronto a Verónica después de comer para ponerme con los deberes.

Pero por fin era viernes. Además, el lunes siguiente no había clase porque era día festivo. Por suerte, los profes no nos habían mandado mucho para estudiar ese largo fin de semana.

Estaba nerviosa, pero no por las fiestas, sino por Jacob. No lo había visto desde que volvimos del pueblo de Bea, y de eso hacía ya más de un mes. Había sido difícil no coincidir y más aún que Bea no se percatara de que los evitaba, pero gracias a Vero lo había logrado. Pese a ello, seguí sintiendo algo muy fuerte por él y me daba miedo que esa noche volvieran a desatarse todos esos sentimientos.

Siempre que Vero y yo llegábamos a casa del instituto al mediodía, nos cruzábamos con algún repartidor de comida a domicilio que iba o venía a casa de Lauren, y ese día no fue una excepción. Seguía sin saber mucho de mi nueva vecina, a salvo que no le gustaba (o no sabía) cocinar y vivía prácticamente sola. No había vuelto a ver por allí a aquel señor mayor. Además, su coche nunca estaba en el garaje. Tampoco a Lauren le veía mucho por el instituto porque, según me habían contado Vero y Bea, solo tenía Matemáticas y Lengua.

-¿Sabes? -me dijo Vero mientras subíamos en el ascensor-. A la Miss le gusta Lauren.

-¡Ja! ¡Qué dices! Si le saca quince años como poco...

-¿Y?

-Pues que no puede ser. Según yo, la Miss es completamente heterosexual...

-Chica, a veces creo que vienes de otra galaxia -replicó con incredulidad-. ¿Qué tendría que ver? Es evidente que le gusta. Bea también lo piensa. Se nota muchísimo...

-¿Sí? ¿En qué, a ver?

-Pues en todo. Tenías que ver cómo coquetea con ella. Cada vez que le pregunta algo, le pone una sonrisa de oreja a oreja. ¡Y ya sabes lo borde que es ella con todo el mundo!

-Dímelo a mi. Me tiene frita con la dichosa Lengua. ¿Y ella?

-Ella se deja querer. No es que le diga ni haga nada, pero le devuelve la sonrisa y esas cosas.

-¿Y crees que a Lauren le gusten las chicas? En fin... Me parece fatal, qué quieres que te diga.

-No lo sé, tal vez. Mi instinto homosexual me dice que esa chica es de las mías. Pero qué te digo, una vieja buena es una vieja buena, Mila. ¿O crees que cuando tengas cuarenta no te van a gustar la personas de veinte? Son más ágiles, más fogosas...

-¡Uff, no me gusta nada! Se la dejo todita para ella.

No lo podía creer. No podía creer que no hubiera oído el ding-dong que anunciaba nuestra llegada, que la puerta del ascensor se hubiera abierto sin yo percatarme y que Lauren estuviera allí, en el descansillo, escuchando lo que acababa de decir, y que una enorme sonrisa llenara su cara.

-Ejem... Hola -su expresión no dejaba lugar a dudas: me había oído perfectamente, al menos, el último comentario. Nos miraba con una sonrisa burlona que encendía cada vez más mi cara. "Serénate -pensé para mí-. no puede saber si lo he dicho yo o Vero".

-No hagas caso a mi amiga -le espetó ella, por si aún le quedaba alguna duda-, las chicas como tú tienen que estar con personas de su edad. Con la escasez de mujeres guapas que hay...

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora