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"Cuando rompes una promesa, también rompes un corazón".

-¡Fiesta descontrolada en mi casa hoy por la noche!.

Gritó Bill cuando bajábamos las escaleras para llegar a su vehículo.

Los alumnos gritaron y celebraron.

-¿A qué se debe ésto?. -reí.

-No lo sé, solo quería fiesta descontrolada en mi casa hoy por la noche. -sonrió elevando los hombros.

-¿Seguro?. -cuestionó Maggie.

-Eres un rebelde. -bromeé.

-Lo sé, lo sé querida sistah. -carcajeó.

Los mensajes habían cesado en tan solo dos semanas, y eso me ponía feliz.

Tom estaba pendiente de mi teléfono a cada segundo, parecía un agente secreto.

Nuestra relación iba bien.

-¿Cómo es qué me hice amiga de éste demente?. -dijjo Maggie entre risas.

-Bájale a la velocidad, Bill. Moriré. -reí.

-Vamos a una velocidad neutra.

-Con que doscientos kilómetros por hora es una velocidad neutra, Bill. -habló Gustav. -Entiendo que no estás drogado. -rió.

-¡Hey!. -se quejó. -Debemos ir al centro comercial por comida, estoy pobre y créeme que no tengo nada en el refrigerador.

-¿Y Tom?. -cuestionó Gustav.

-Dijo que tenía algo que hacer ahora, pero que no se perdía una fiesta descontrolada por su hermanito querido Bill, pendejo Kaulitz. -rodé los ojos.

-Quién como él.

Bill aparcó el vehículo y dos segundos luego, todos estábamos bajo éste.

-Bien. Necesito alcohol, comida, entre otras cosas. -habló Bill.

Maggie y yo nos adelantamos, a decir verdad, estar con esos dos enfermos mentales cantando no sé qué canción, nos avergonzaba.

-Ustedes dos. -oímos a nuestras espaldas, un gran gorila observaba a Bill y Gustav de mala forma. -No pueden entrar.

-¡Eh, Wey!, ¿Sabes quién soy?, ¡Soy Bill Kaulitz!. -dijo Bill.

Oh no, aquí vamos de nuevo.

-¿Y tú sabes quién soy yo?. -habló el gorila.

-El gorila que no nos deja entrar.

-Es mi trabajo. -Ustedes dos están drogados.

Los fulminó con la mirada.

Maggie y yo carcajeamos.

-¡No es así!. -exclamó Gustav. -¡Ellas vienen con nosotros!, si quieres pregúntales. -nos indicó con el dedo índice.

El gorila giró y se acercó a ambas.

-¿Es eso cierto?. -cuestionó con cierta duda en sus palabras.

-Sí, lo lamento. -me disculpé. -Son algo... idiotas.

-Así veo, ok. -sonrió. -Eh, ustedes idiotas. -Los llamó. -Pueden entrar.

Bill y Gustav sonrieron ampliamente y corrieron a nosotras.

-Son unos estúpidos descerebrados. -dijo Maggie entre risas.

𝘀𝗶𝗰𝗸𝗹𝘆 𝘀𝘄𝗲𝗲𝘁 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora