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"Nada ocurrirá mientras estés conmigo, Emma".
Desperté adolorida sobre la cama de alguien.
Por un momento me alarmé, pero al examinar la habitación con completa atención se me hiso automáticamente familiar:
Era la habitación de Tom.
Mis mejillas comenzaron a tomar color, pues...
¿Cómo había llegado allí?.
Solo tenía memoria del escalofrío que recorrió mi espina dorsal en aquel callejón oscuro.
Me incorporé con precaución y al no encontrar a Tom el cuarto, me dí por dado el hecho de buscarlo por su casa.
Las muñecas, el cuello y mi cintura, fueron víctimas de golpes.
Debía tener unos feos moretones.
Escuché voces provenientes de algún lugar de la casa.
Una distinguí.
Lenta, ronca y temblorosa al mismo tiempo.
Tom.
La otra era una mujer, obviamente, pero no una niñata de quince o dieciséis años, si no que mayor.
Un ataque de celos me inundó y cuando me paré en el marco de la puerta de la cocina, comprobé que era una fémina con los rasgos similares a los de Tom.
-Vamos Tom, actúas como mi padre cuando tenía tu edad. -rió ella.
-Aún así.... le marcaré a Georg de su celular, no te preocupes.
Me sonrió.
¡Alto!, ¡Sonrió!, ¡Nuevamente, sonrió!.
-¿Me alcanzas el jugo?. -preguntó.
-Claro. -abrió el refrigerador y quitó el jugo, lo vació en un vaso. -Ten.
-Gracias.
Tom sonrió nuevamente, esto ya era escalofriante.
-Iré a ver como se encuentra. -dió la vuelta y me observó unos segundos. -Emma.
-Hola...
Le saludé algo tímida elevando mi mano.
-Demonios...
Le susurré, el dolor era insoportable.
-¡Mi niña!. -exclamó la señora. -¿Te encuentras bien?.
Simone me preguntó preocupada acercándose hacia mi.
-No del todo. -confesé. -Tengo adoloridas las muñecas, mi cuello y la cintura.
Tom se acercó a mi.
-No deberías haberte levantado...
Tom susurró.
-No sabía donde estabas y... -Bueno creí que me encontraba sola.
Le dije nerviosa.
-Mamá.
Dijo Tom, como no lo supe antes, era su madre.